Paso de cebra

josé carlos rosales

Atraso

CASI treinta días ha tardado en llegar a mi casa la felicitación de Navidad de un amigo que me escribe con frecuencia. Hablo de una felicitación postal, no de un correo electrónico: todavía hay gente (¡bendita gente!) que escribe cartas, que usa el correo postal, que baja a la calle y va al el buzón de su barrio y deposita un sobre y espera la respuesta que muy pocos se acuerdan de enviarle. Mi amigo llevará treinta días enfadado porque aún no le he dicho ni media palabra, ni por teléfono, ni por sms, ni tampoco por carta. Me envió su postal el 26 de diciembre del 2013 y a mi casa llegó el viernes pasado: veintinueve días de mesa en mesa, de valija en valija, de un buzón de Madrid a mi casa de Granada, veintinueve días arrinconada en alguna caja de una oficina en la que, probablemente, haya cada vez menos empleados para clasificar y repartir, menos presupuesto y más desazón o desidia, más jefes insensibles o apáticos, más directores generales parapetados tras sus libros de contabilidad, presidentes que devolverán favores y obedecerán la voz que mece su cuna, y que asienten, no saben, no contestan.

Mientras la carta de mi amigo llegó a mi casa con esa lentitud medieval que tantos añoran en España, la prensa del viernes traía noticias de una rueda de prensa sin preguntas, otra más, ahora fue la del presidente del Barça (Sandro Rossell), esa donde hizo pública su dimisión irrevocable ante no sé qué querella por una contratación supuestamente simulada, más de 57 millones de euros, dinero fácil y alegre, en fin, esperemos que algún día explote la burbuja del fútbol, ese recio espectáculo interminable (mañana, noche y madrugada) cuyo impuesto del IVA (a las entradas) es más bajo que el del cine o el teatro o los libros, cosas de este país, ya se sabe, España es diferente. Mientras subía a mi casa con la carta rezagada y el periódico bajo el brazo, un vecino me confiaba su pesar: su cita para una delicada prueba médica había sido fijada para el 29 de mayo, más de cuatro meses de espera; "aquí lo único que se mueve rápido es el dinero", me decía cabizbajo. No supe qué decirle y me quedé en silencio: recordé las recientes palabras de Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior ("Santa Teresa […] estará siendo una importante intercesora para España en estos tiempos […] recios"), y pensé algunas cosas que el decoro no me permite escribir ahora aquí. Pero ustedes pueden imaginárselas.

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