LA Unión Europea se edificó sobre los escombros de la II Guerra Mundial. El horror de otro conflicto brutal e inútil que había vuelto a asolar los campos de Europa, abrió los ojos de una generación a la que ya no enardecían las conquistas militares, las glorias envanecidas y los desfiles victoriosos de antaño. Frente a la revancha de Versalles que hizo exclamar al mariscal Foch, eso no es una paz, es un armisticio de veinte años, surgió la colaboración de los vencedores en la reconstrucción del agresor, las ayudas del Plan Marshall y la apuesta decidida por un continente en paz y libertad. Meses después de la rendición incondicional de Alemania, Churchill lanzaba la idea de crear los Estados Unidos de Europa en su Discurso para la juventud académica, pronunciado en la Universidad de Zurich. En 1950, cuando todavía sangraban las terribles heridas de la guerra y aún resonaban las sirenas antiaéreas y las bombas en las pesadillas de millones de personas, Robert Schuman -ministro francés de Exteriores- proponía la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero que se haría realidad sólo un año después. Y a partir de ahí, Europa se esforzó en la construcción del proyecto más ilusionante e integrador desde el Imperio Romano. Parece mentira que la devastada, endeudada y hambrienta Europa de la posguerra fuera capaz de comprender que la colaboración es más eficiente que el enfrentamiento y que la Europa rica, poderosa y saciada del siglo XXI demuestre una enorme torpeza a la hora de ensamblar políticas comunes y se limite a obedecer las órdenes de unos oscuros burócratas afincados en Bruselas que parecen detentar el poder de los representantes electos de la ciudadanía.

Puede que sea un problema de liderazgo; quizá los padres de Europa tenían más agallas y sobre todo, una visión más generosa e integradora de lo que podía representar una Europa fuerte y unida. Lo triste es ver como nuestros mezquinos gobernantes que conocen sus ventajas, parecen tener miedo al futuro y prefieren enrocarse en posiciones chauvinistas. Tampoco los ciudadanos derrocharíamos inteligencia si vence la añoranza de un pasado aldeano, castizo y patriotero. La UE siempre ha representado el triunfo del pragmatismo. Frente al terror del derrotado fascismo y al yugo del comunismo liberticida, Europa eligió la democracia y la libertad. Y por cierto, sobre esas menudencias votamos el próximo domingo.

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