YA en la Inglaterra del XVIII, los representantes que tomaban asiento en los Comunes se agrupaban para apoyar u oponerse a la acción del gobierno. Como gobernar se reduce a regular el cobro de impuestos y decidir en qué se gasta el dinero, era imprescindible disponer del apoyo de la mayoría. Más aún cuando la norma es el viejo adagio liberal de que no hay impuestos sin representación. Ningún ciudadano libre está dispuesto a sufrir mermas en su patrimonio si se le hurta la posibilidad de elegir a quien le represente en una cuestión tan crucial para su futuro. Esos grupos informales de los que nacieron los partidos siempre eran dos; el que apoyaba al gobierno y quien ejercía de leal oposición. Como para gobernar se requieren mayorías estables, la existencia de dos grandes opciones se hizo connatural a la democracia parlamentaria.

Aunque parezca que las elecciones europeas han dinamitado esa estructura que se había consolidado en España desde la transición, la realidad es bien distinta. Lo que ocurrió el 25 de mayo fue la constatación del hartazgo ciudadano ante unos partidos instalados en la autocomplacencia y que desde hace demasiado tiempo nos toman por tiernos infantes sin criterio. Si no se nutren de la sociedad civil, no escuchan al ciudadano, no cubren sus anhelos ni responden a sus cuitas sólo estarán abonando el terreno para que algún día sean otros quienes lo hagan. Perderán la confianza de los votantes y como nadie es imprescindible caerán en el olvido.

Quizá por su tradición democrática y por su origen histórico, los miembros del parlamento británico están obligados a disponer de una oficina abierta al público en su distrito y a recibir, al menos una vez a la semana, a cualquier votante que lo requiera. Saben que de no cumplir las expectativas de sus electores dejarán de ocupar los añejos escaños de Westminster. Nada que ver con España donde los dos partidos que se turnan pacíficamente en el poder son dos manadas que no aspiran más que a pastar en el Presupuesto. No acometen los problemas que nos preocupan; se han convertido en pura burocracia y su política es caciquismo, recomendaciones, favores a los amigotes y legislación sin eficacia práctica.

Aunque parezca un fiel retrato de nuestros días, las últimas líneas se deben a la pluma de Galdós que definía en Cánovas -uno de sus Episodios Nacionales- el turnismo de la otra restauración de los Borbones.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios