Quosque tamdem

luis Chacón

Todo huele a naftalina

PARA unos, la abdicación es el bálsamo de Fierabrás que aliviará los problemas que aquejan a España y eso que un mero relevo generacional no asegura la modernización del país. Para otros, es imprescindible un cambio radical y han sacado a pasear las banderas tricolores en las que por cierto, el tercer color oscila entre el azul y el morado. Será cuestión de pluralismo cromático. Si la monarquía es por definición un anacronismo histórico, tomar como ejemplo de futuro la II República, no es una propuesta de vanguardia. No sólo es ineficiente por su uso partidario, sino que genera rechazo. Y desde luego, si el yerno imputado del rey ha sido el gran creador de republicanos, estos le están devolviendo el favor a la corona despertando, con su torpeza, la conciencia monárquica de quienes nunca la tuvieron. Al futuro se llega mirando al frente, no andando de espaldas. El premier británico Harold MacMillan dijo en una ocasión que deberíamos usar el pasado como trampolín y no como sofá. Es muy cansino tanto regreso a pasados ideales que nunca existieron.

Que tome el poder una nueva generación no garantiza novedad de pensamiento. Ahí está el caso del señor Iglesias, líder de Podemos, que pretende pasar por nuevas, ideas que hace decenios duermen en los estantes más polvorientos de las bibliotecas. Ni la edad del príncipe, ni la de los líderes recientemente surgidos del descontento generalizado es aval de nada. Guste o no, las cacareadas virtudes de la juventud son como las de la madurez o la senectud, ideales y supuestas. Porque las capacidades, como las cualidades, siempre son personales.

El mayor problema de la España actual es que todo huele a naftalina. La Corona, los partidos, -sean grandes, medianos, nacionalistas o revolucionarios- y los sindicatos, están sacando líderes e ideas del baúl de la Piquer. Y el tufillo ya es insufrible. No basta con pintar la fachada. Además de sanear las casas, hay que abrir las ventanas y airearlas. Y hacerlo con todas. Llevamos tanto tiempo viviendo en el inmovilismo que las fotografías de nuestros dirigentes recuerdan al folleto del museo de cera. Lo que pide la sociedad española es la renovación de las instituciones. Pero la inacción nos lleva a su descomposición. A unos y a otros hay que explicarles que los españoles de hoy queremos lo mismo que pidieron nuestros padres. Ni milagros ni utopías, sino acomodar la España oficial a la real.

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