Mar adentro

milena Rodríguez / gutiérrez

Familia

DE los 700 empleados que trabajan en el Tribunal de Cuentas, definido, según se lee en su propia página web, como "el supremo órgano fiscalizador de la gestión económica-financiera del sector público", cerca de 100 son familia de los dirigentes de dicho organismo, o bien de exministros, embajadores, u otros altos (o ex altos) cargos públicos. Las investigaciones periodísticas ponen en duda el rigor y la seriedad de las oposiciones realizadas en el 'Altísimo Tribunal' para acceder a estos puestos muy bien pagados pues, al parecer, exámenes y entrevistas han favorecido en demasiadas ocasiones a familiares y allegados.

La palabra familia es una de las más populares en España. Los lazos de sangre son significativos en cualquier lugar, pero en España cuentan y pesan (nunca mejor dicho) más que en otros.

Este es un país donde el negocio más común es la empresa familiar, la tienda o el bar donde trabajan el padre, la mujer, el hijo, la nuera, el cuñado, el primo del primo. Pero muy a menudo quienes dirigen las instituciones públicas actúan como si estas fueran también bares o tiendas familiares, y como si el dinero del que disponen para gestionarlas fuera su propio dinero, o el dinero de la (su) familia. El mérito, la capacidad, son demasiadas veces no ya secundarias, sino excluidas de las razones para contratar, u otorgar ayudas o subvenciones. Y esto se hace en muchísimas instituciones, con el conocimiento o la complicidad (por omisión o resignación) de los ciudadanos. Todo el mundo se calla, porque no pasará nada si algo se dice, porque no hay que meterse en problemas, porque quienes mandan podrían tomar represalias, porque nadie conoce (o quiere conocer) otro modo de actuar.

La función del Tribunal de Cuentas es, sigo repitiendo lo que dice su página, "juzgar y hacer ejecutar lo juzgado en el ámbito de la responsabilidad contable en que incurran quienes tengan a su cargo el manejo de fondos públicos". Y aunque no lo explicita, cabe asumir que la responsabilidad contable afecta, o debería afectar también, a quienes la juzgan. Muy mal va un país donde quienes se encargan de fiscalizar las cuentas parecen llevar las suyas (que son también las de todos) con tanta familiaridad. Sólo les ha faltado colocar un anuncio en la puerta: "El bar 'Tribunal de Cuentas' busca a parientes de sus empleados para atender la barra. A mayor consanguineidad, mayores salarios".

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