La tribuna

emilio A. Díaz Berenguer

PSOE, la hora de la verdad

CUANDO la realidad te impone un cambio, de nada sirve que intentes torearla. O lo acometes, o te conviertes en la crónica de una muerte anunciada. En un sistema democrático, más pronto que tarde, el electorado acaba imponiendo su ley a través de unos votos prestados a cambio de una estrategia política determinada. Un partido con vocación y capacidad para ser alternativa de gobierno puede pasar a ser marginal si se enroca haciendo una lectura sesgada del porqué está perdiendo la confianza de sus electores y no adapta su programa a propuestas acordes a su ideario político.

De nada sirve echarle la culpa a los anteriores gestores, ni cambiar todo de sitio. Hay que ir a la raíz del problema, no basta con eslóganes más o menos felices, ni un mero cambio generacional que tire a la basura las joyas de la abuela. Hay que acometer una verdadera regeneración, basada en programas y personas, y eliminar la mentira del saber hacer de sus dirigentes.

Vender en pleno siglo XXI unas elecciones directas del secretario general en el PSOE como el no va más de la democracia participativa es faltar a la verdad por razones cuantitativas y cualitativas. Las cuantitativas se basan en que su militancia está bajo mínimos. Un partido que ha perdido más del 80% de sus afiliados lo que menos necesita es hacerse trampas al solitario. Por otra parte, entre las razones cualitativas hay dos que sobresalen: una parte significativa de la militancia depende económicamente, de una u otra manera, de las decisiones que adopte la cúpula del partido, sea a nivel nacional, regional, provincial o local, y otra, nada desdeñable, comparte poder orgánico con presencia en las instituciones, lo que en Andalucía, por ejemplo, se traduce en una confusión nada sana entre lo que es la gestión de lo público y los intereses de la organización política, a lo que se une la profesionalización de los responsables políticos. Un auténtico totum revolutum que no es precisamente un modelo que pudiera superar una prueba del algodón de la calidad democrática.

Otro síntoma de que algunos no se enteran, o no les interesa enterarse, lo representa el discurso de algunos próceres que, de manera más o menos calculada, han hecho autocrítica del pasado fijando su diana en Zapatero y en Rubalcaba, pero sin asumir su propia responsabilidad. La ciudadanía se lo demandará en las urnas, ya que el todo vale está dejando de ser lo normal. A Pedro Sánchez le rodean no pocos veteranos con piel de camaleón.

El nuevo secretario general del PSOE dice que promoverá la reforma de la Constitución, pero, además de optar por una España federal, poco más se sabe de lo que propondría para la actualización de la Carta Magna. Cuando dice "reivindico la centralidad y la defensa de la clase media" tampoco queda claro cómo lo va a hacer. La música suena bien, pero la letra brilla por su ausencia.

Sobre el futuro del PSOE tienen mucho que decir la presidenta de Andalucía y Mariano Rajoy. Este último porque en sus manos está la fecha de la generales. Por supuesto también las encuestas y la capacidad de ilusionar del nuevo secretario general, que no parece ser muy grande por mucho que la última foto fija de Metroscopia, la de julio, le haya supuesto el alivio de que el efecto novedad ha calado y que a partir de ahora la pelota electoral para el PSOE podría volver a estar en su tejado.

Para mantener controlada la actual brecha electoral con el PP, el PSOE necesita propuestas diferenciadas y viables que sean verdaderas alternativas a las de los conservadores. Caer en manos de los liberal- socialistas herederos de la política económica de los ministros Boyer y Solchaga y de la nada brillante Salgado sería el mayor error del nuevo secretario general. Sólo un programa socialdemócrata adaptado al siglo XXI ofrecería al PSOE una cierta expectativa de éxito en las próximas elecciones generales.

En el marco del poder orgánico, la realidad es que el nuevo líder socialista no ha podido superar su dependencia de la decisión de determinadas agrupaciones territoriales en las pasadas elecciones al cargo. El peso específico de Andalucía supone una restricción en su margen de maniobra, sin olvidar que la propia Susana Díaz no ha optado al cargo porque sus tiempos no eran los que ella consideraba como apropiados, ya que, en caso contrario, probablemente hubiera sido elegida por aclamación. La muy respetable ambición política de la líder andaluza va a suponer una espada de Damocles sobre la cabeza de Sánchez, al menos durante los próximos meses. Si es capaz de generar buenas expectativas electorales para su partido, el tiempo de Díaz deberá esperar, pero si no lo es, podría ser un secretario general más efímero que el propio Almunia.

Por ahora, Pedro Sánchez sólo ha introducido un cierto cambio generacional en el aparato socialista, aunque no está claro que haya sabido elegir a los idóneos, y no hay datos objetivos de que vaya a ser el regenerador que necesita el PSOE porque carece de poder fáctico en el partido y de experiencia en gestión política y de grupos. Además, Podemos, sólo o en alianza con la coalición IU, le está pisando los talones en las encuestas. Si no reacciona pronto y con la contundencia suficiente, le ocurrirá lo que al camarón: se lo llevará la corriente.

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