ME he negado a ver siquiera un instante del execrable video propagandístico en el que el reportero estadounidense James Foley es decapitado. Flaco favor le haríamos a la libertad y a la democracia dando pábulo a los asesinos y convirtiéndonos en cómplices involuntarios de la propagación de sus amenazas. Me parecería tan inmoral como visitar un campo de exterminio nazi en una de esas excursiones organizadas que los infaman, haciendo de ellos espectáculo turístico. No es necesario contemplar la barbarie para abominar de ella, basta con saber de su existencia y ser consciente de las terribles consecuencias que acarrea a un mundo que aspira a seguir siendo civilizado.

Sólo un ciudadano informado puede ejercer la libertad responsablemente pero si carecemos de información veraz y objetiva, la libertad de prensa es una farsa y la democracia una pantomima. Por ese motivo, los que como James Foley arriesgan su vida hasta perderla buscando la verdad de cualquier conflicto merecen homenaje y respeto de todos los que creemos que no hay nada mejor que la democracia y que las dictaduras, sean del tipo que sean, no han de tener más lugar que las páginas -cuanto más amarillentas, mejor- de los libros de historia. Honremos su memoria y unámonos al dolor de su familia.

La grandeza de Occidente se ha cimentado sobre un conjunto de poderosos valores como la libertad, la igualdad y la democracia que hoy se ven amenazados desde la intransigencia teocrática y medieval del islamismo yihadista más radicalizado. Parece increíble, pero este Occidente nuestro; cristiano, demócrata y tolerante aparece ante ellos, frágil y acomplejado. Adolecemos de una cierta debilidad de pensamiento que nos ha hecho caer en sofismas tan peligrosos como el de considerar respetable cualquier idea u opinión sin tener en cuenta que sólo lo son aquellas que a su vez admiten y respetan a las demás. Y confundimos la tolerancia con la bovina aceptación de cualquier actitud ajena y aún opuesta a nuestros principios fundamentales.

Si creemos firmemente en nuestros valores, si nos sentimos orgullosos de ellos, debemos luchar por su pervivencia. De otro modo, si nos limitamos a apaciguar al fanatismo que nos acecha volverán a retumbar las palabras que Churchill dedicó a Chamberlain tras el vergonzoso pacto de Munich con los nazis: Os dieron a elegir entre el deshonor o la guerra, elegisteis el deshonor y tendréis la guerra.

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