Juan / de Loxa

Un poeta discreto: Alash-koish de Luna

Tras el reciente fallecimiento de Antonio López Luna, el poeta granadino relata desde el sentimiento tres encuentros cortos pero intensos que los unieron a lo largo de toda una vida

ME enteré por Granada Hoy de la muerte del poeta Antonio López Luna. Tres veces únicamente estuve con él. La primera fue a mediados de los 60, en Prado, 21 (Ateneo de Madrid), sede entonces de la redacción de la revista Estafeta literaria, que dirigía Luis Ponce de Léon, que aún recordaba tanto a nuestra Elena Martín Vivaldi cuando ambos lucían la juventud como una antorcha de amor e ilusiones. En la Estafeta conocí a Umbral, Antonio Hernández, Ríos Ruiz, Carmen Conde y al poeta cordobés López Luna, entonces en Madrid. Me acompañó en la noche de los mesones, del Chicote y del Barrio de las Letras hasta gastarnos la mitad de mi premio, el Rubén Darío, que consistía en 3.000 pesetas y una invitación de Luis Jiménez Marcos para publicar en Adonais. Recuerdo que de madrugada acabamos los dos jóvenes e impulsivos vates 'toreando taxis' o haciendo pasos de ballet en la Puerta del Sol, antes de que me retirase a recuperarme a una modesta pensión de la calle Arenal. No le pedí colaboración en su momento para la revista Poesía 70, aunque sí lo hice con Manolo Ríos, Juan José Plans (también aquel día en la Estafeta) y Félix Grande, que fue amigo de Pablo del Águila antes de serlo mío.

Muchos años después volvería a encontrarme al poeta cuando el prestigiosísimo grupo Aguaviva puso música en su disco Poetas andaluces de ahora a José Heredia Maya y a mí, junto a otros nombres imprescindibles en la poesía como Fernando Merlo, Paco Gálvez, Ballesteros, José Infante o el protagonista de este artículo: López Luna, del que interpretaban un delicioso texto, Mi pueblo, una auténtica joyita con paisaje andaluz con pentagrama de José Manuel Yanes. Una canción que yo procuraba, siempre que era posible, regalar al oyente de mis programas de radio. Citaré de memoria alguna de sus estrofas: "Un pueblo cuyo asunto era ser gente/ ocupada en volverse biografía. A tres pasos del campo Andalucía/ era un río cruzado por un puente. Un sol como si Dios tuviera frente/ y supiese sudar. El sol que un día/ se hizo carne de luna. El que vendría/ a juzgar a la sed siendo inocente/...".

Decía que nos encontramos en la presentación del disco Poetas andaluces, aquella primera vez que Pepe Heredia y yo nos subíamos en avión, invitados por Ariola, el sello discográfico. "No me has pedido nada para Poesía 70", me dijo lópez Luna. Yo le contesté: "Pero sí lo haré para la antología que preparo, aquella para la que ya Aleixandre y Alberti me han mandado colaboración". No recuerdo si era el año 73 o 75, pues el manuscrito de la Balada de los poetas andaluces de ahora me lo había enviado Rafael desde Roma en 1971.

Supe de Antonio López Luna después de este encuentro por gente muy cercana que había sido uno de los promotores de La Vaquería, en Libertad, 8, espacio destrozado por los guerrilleros de Cristo Rey el 8 de junio de 1976, fecha más o menos de cuando nosotros celebrábamos en Fuentevaqueros el 'cinco a las cinco'. También supe que el poeta se había marchado a Sudáfrica y a Suiza, y que había publicado su libro Mostruorum Artifex bajo el seudónimo de Alasa-koish de Luna. Poco más.

Ya entrado el nuevo siglo, quizá en la sala Arrabal & Cía, o quizá en otro lugar y por casualidad, conocí a un muchacho con aire de Antoñito 'el Camborio', apellidado Luna. Era, y será (imagino), un artista multidisciplinar que se dice ahora, con una capacidad de seducción y un halo de misterio que lo hacían destacar. "¿Luna?" -le pregunté- "¿De qué rama de los Luna te conozco?" Entonces me confesó ser hijo del poeta, revelándome que su padre había elegido vivir en Granada sin hacer vida social o literaria, y que alguna vez le había hablado de mí. ¡Qué raro me pareció que de Luna pudiera resistir el alejamiento del mundo de la poesía viviendo en esta ciudad! Aunque también consideré un valor, acaso, disfrutar de un paisaje sin contaminarse de lo que pudiera existir de asfixiante o venenoso en Granada, sin más comentarios, ya que todo podría cuestionarse según se participe o no en la feria de las vanidades.

Fugazmente, en el que sería nuestro tercer encuentro, saludé al poeta del que Granada Hoy me ofrece la triste noticia, y el cual llevaba 23 años como profesor en Bellas Artes. Fue en el Colegio Mayor San Bartolomé y Santiago, en medio de una tormenta 'de puta madre', aunque la sala estaba repleta, cuando el mago Migue, Alejandro Gorafe y otro Alejandro, el también genial A. Víctor García presentaban mi libro Juegos Reunidos en el invierno de 2009. Tímido, se me acercó con un ejemplar para que se lo firmase mientras pronunciaba bajito "soy López Luna". Con la sorpresa, firmé, creo, en la página de respeto. Y estoy seguro que hablé de reencuentro, gratitud y cualquier cosa más, pero sin poner su nombre. Quizá se me quedó la mente en blanco evocando que en el disco de Aguaviva su voz introducía la canción con unas líneas autobiográficas que empezaban: "Mi nombre, alguno de mis innumerables nombres, es Antonio López Luna...". Pienso que le repliqué "no te va a gustar este libro. Te va a parecer una broma, aunque para mí es más de media vida". Después de ese momento desapareció y nunca más, hasta que este diario me ofreció la noticia el pasado sábado 23 de agosto, he sabido de él. Un poco tarde.

Confieso que no suelo escribir acerca de mis amigos que se van (al menos hasta ahora): ni cuando Pablo, ni cuando Rafael Rodríguez, Antonio Rodelas, Juan Jesús León (de Elena Martín Vivaldi y Carlos Cano si lo hice, aunque después)... ni de José Heredia, Javier Jurado, Egea, Ruiz Rico, ni de Claudio Sánchez Muros (¡Ay, Claudio!), ni de Espadafor, Aguilera, Félix Grande, ni de Fernando Merlo, Arrabal, Carretero, Morente o Eulalia... y muchos más que se han muerto. No soy capaz de escribir sobre ellos, porque me desbordo y pierdo los papeles, esos papeles que Javier Egea me agradece en un poema: "Aquí está Juan sin más, sin más moneda que un papel que regala a cada instante/ para trazar sin más una granada...". He dicho todo esto y ya me avergüenza citarme tanto en el recuerdo de 'un poeta discreto', que no fue mi amigo como lo fueron otros y al cual vi tres veces aunque lo leí más. Compañero de vinilo con quien 'toreé taxis' en los años 60 del pasado siglo, y que (a mí al menos) me ha dado una lección cuando he leído uno de sus innumerables nombres en este periódico y la triste noticia de que ahora sólo podré encontrarlo en sus libros. Sirvan estas líneas -que no son un obituario- como pésame a su familia y a quienes lo conocieron de verdad.

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