El sello

CRISTINA MARÍN MUÑOZ

España existe

MUCHAS generaciones crecieron con una Enciclopedia Álvarez entre las manos. En 1970 llegaba la reforma educativa del ministro Villar Palasí, el sistema más longevo que ha conocido nuestro país. Los españoles iban a la escuela bajo el marchamo de la EGB, BUP o FP. La acaban de reeditar como curiosidad histórica y no me cabe duda de que muchos nostálgicos la habrán acogido de nuevo en casa.

El prolífico Jon Juaristi escribió un magnífico ensayo sobre los mitos de origen en la cultura de Europa. Los historiadores franceses se inclinaban más por la procedencia de su actual nación desde los germánicos francos o desde los célticos galos, según las enemistades estuvieran más al rojo vivo con Berlín o Londres. Los italianos siempre obviaron la invasión de los pueblos bárbaros en su península cuando se asomaban al balcón de su pretérito, Roma, madre única. Los ingleses oscilaban entre mayor o menor cantidad de sangre normanda, sajona o britana siguiendo los avatares de los tiempos que les tocaban vivir.

Los historiadores españoles no iban a ser una excepción a esas apetencias de señalar raíces en el pasado. Según la enciclopedia a la que me refiero, Portugal no existía y Viriato era español. Como a nadie se ocultaba la manía filo-nazi de los ministros falangistas de Franco, al final de las páginas, el lector concluía que los españoles éramos visigodos, esto es, germanos, eso sí, místicos, abnegados y caballerosos conquistadores de medio planeta. Los rusos eran enemigos.

Las infantiladas y falsedades de la propaganda franquista sirvieron tras la dictadura para atacar el concepto de España por efecto péndulo. Pero lo cierto es que una de las madres del castellano es el vasco. El documento en que aparecen las primeras palabras en castellano, las glosas de San Millán, es el mismo en que aparecen los primeros vocablos vascos escritos. El castellano no es más que el latín medieval mal aprendido por los vasco-hablantes al que imprimen características de su lengua materna. En esa época no existía Madrid y Franco no había cursado órdenes sobre idiomas. El gentilicio que designa a los habitantes de España, esto es, españoles, procede del apelativo con el que los provenzales llamaban a los hispano-godos que llegaban a sus tierras del sur mediterráneo de la actual Francia huyendo de la invasión musulmana.

Los primeros españoles fueron los catalanes quienes más tarde aseguraron aquellas tierras al sur del Pirineo, conquistadas por Carlomagno como un espacio fortificado cuyo objetivo era detener otro posible avance islámico hacia Europa. Tras tanto marasmo histórico conviene revisar conceptos. Una sociedad se basa en unos vínculos culturales e históricos. Sobre todo, una sociedad se ancla en la solidaridad y ayuda entre quienes componen ese espacio designado como colectivo. Además de las banderas e himnos, el ciudadano necesita sentir la protección del grupo no sólo en las grandes gestas, sino en el día a día, en los perfiles de la intra-historia que es como Unamuno definía la pequeñas luchas con las que cada quién sobrevive cada jornada.

Un pasaporte acuña su valor si protege frente a contingencias. De ahí nace el amor a una bandera y al concepto al que remiten esos colores. Los gobiernos democráticos han sido poco eficaces en el desarrollo moderno de las ideas de patria, nación y sociedad por esa torpeza histórica a la que nos tienen acostumbrados los gobernantes españoles, así como condena histórica, y como demostración de que, en efecto, España existe.

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