Quosque tamdem

luis Chacón

¿El fin de la crisis?

DURANTE los años de la burbuja, los que iban endomingados al Notario a firmar la escritura de compraventa e hipoteca de su casa, salían a la calle con las llaves en el bolsillo, la emoción en los ojos y una losa sobre la espalda que sentían como una pluma. Así que se iban a celebrarlo a algún restaurante de más o menos postín o a un bar de tapas, según sus costumbres y el saldo de su cuenta. Y eran muchos los que al abandonar la notaría, comentaban equivocados y con un sonrisa, aquello de "bueno, ya hemos terminado", olvidando que ese día empezaban a pagar el préstamo.

Al presidente Rajoy le ha ocurrido lo mismo al proclamar solemnemente que la crisis es historia del pasado. Habría que recordarle a los que le escriben los discursos que la historia nunca trata del futuro. Para eso están la videncia y la profecía. La primera es poco respetada y respecto a la segunda no suelen los políticos estar muy dotados para ella pues si están en el gobierno su optimismo raya la euforia y si ocupan los duros bancos de la oposición, más que pesimismo transmiten desesperación.

Parece claro que la recesión va quedando atrás porque se crece; a ritmo lento, pero se crece; que ya no se destruye empleo y que algo se crea, aunque sea de baja calidad. Pero proclamar con toda la alegría de la que es capaz el presidente, que ciertamente es escasa, el fin de la crisis, resulta temerario. No puede obviar que sufrimos cinco millones de desempleados; que casi dos millones de hogares tienen a todos sus miembros en paro; que la deuda pública supera el PIB o que el desprestigio de las instituciones es infinito. Amplias capas de la sociedad -las rentas medias y bajas de reducida cualificación profesional cuya vuelta al empleo será muy dura- se sienten abandonadas pues ni encontrar empleo les permite huir de la precariedad económica y social. Y son legión las familias que han sufrido daños muy difíciles de reparar.

Proclamar el fin de la crisis genera frustración. Una sociedad madura como la española no necesita arengas, ni sermones, ni sesiones de autoayuda. Basta con que los gobernantes apelen a la realidad y asuman su responsabilidad, sin aspavientos ni sentimentalismos. Sirva como ejemplo que al finalizar la batalla de Inglaterra, sir Winston Churchill declaró que aquella gloriosa victoria sobre las hordas nazis no era "el fin, ni siquiera el principio del fin, pero podía ser, quizás, el fin del principio".

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