Quosque tamdem

luis Chacón

Que viene la deflación

HOY las trompetas del apocalipsis deflacionario resuenan en nuestros oídos con el mismo ímpetu que lo hacían en otros tiempos las lúgubres fanfarrias de la inflación. Quien supere la treintena recordará frases como 'este niño crece más rápido que los precios' o la queja constante de la clientela de cualquier comercio sobre lo caro que se había puesto todo y las dificultades para llegar a fin de mes.

Y ahora, echas un vistazo a lo que se escribe y comenta y casi parece que se la añora. Porque aún no habíamos leído la noticia de que el IPC del pasado año fue negativo cuando ya pululaban legiones de agoreros por los medios y sobre todo, por ese ágora posmoderna y cibernética que son las redes sociales, anunciando con alarde de clarines y cornetas el fin de los tiempos a manos de la deflación que se avecina. Y es que los precios son como las siete y media, que o te pasas o no llegas.

Si los economistas de postín y los ministros hicieran el sano ejercicio de viajar en autobús, comprar en el súper del barrio o tomar café en el bar de la esquina aprenderían mucho más que generando complejas teorías en sus despachos. Porque la situación económica, en contra de lo que siempre nos habían contado, responde más al sentimiento y menos al raciocinio. No se puede entender la realidad sin comprender al ser humano ni sentir su estado de ánimo. Los mercados, que no son más que el conjunto de personas que como usted o como yo, interactúan en ellos, tienen una cierta propensión a la ciclotimia y sólo expresan euforia o depresión. Y como las impresionables jovencitas de la novela romántica son más que aficionados al vahído melodramático.

Así que por mucho que algunos se desgañiten anunciando una catástrofe, lo más sensato es no hacerles mucho caso. Es cierto que los precios no suben y que incluso, gracias a la depreciación del petróleo, algunos bajan o lo van a hacer pero la deflación es algo mucho más complejo; es la certeza de que todo se abaratará y que es mejor esperar y no comprar nada. Y ese sentimiento, salvo en la sobrevaloradísima vivienda, no existe. Pero como en el mercado inmobiliario, los precios seguirán planos hasta que no se liquiden las existencias y se fortalezca el consumo.

Aunque hay que recordar que lo peor de todo es que si alguna vez entramos de verdad en una espiral deflacionaria tendremos que preocuparnos seriamente, porque de la deflación, casi no sabemos cómo salir.

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