La tribuna

luis Chacón

Salarios y competitividad

TODOS somos conscientes de que la crisis no sólo ha afectado a quienes han perdido su empleo sino que también ha provocado una fortísima devaluación de salarios -públicos y privados- que ha perjudicado a todas las categorías laborales. Si exceptuamos a Grecia, España es el país de la UE cuyos trabajadores han asumido un ajuste más duro. En los últimos cinco años y según la OIT los costes laborales se han reducido en Europa 1,5 puntos. Una cifra testimonial si se compara con los once que lo han hecho aquí.

Hasta el estallido de la crisis, las familias aumentaron su gasto en consumo y bienes suntuarios tal y como expresa la Ley de Engel -si aumentan los ingresos, la proporción de gasto en alimentación y bienes de mera subsistencia disminuye, aún cuando crezca en términos absolutos-. Después, la caída de la renta disponible se tradujo en una eliminación progresiva del gasto superfluo que se aceleró por la sensación de inseguridad e incertidumbre económica hasta que a los ciudadanos -que a diferencia del estado no disponen de un BOE para incrementar sus ingresos ad libitum- se les acabaron las políticas de ajuste porque estaban muy financiados y endeudarse más resultaba inconcebible, además de quimérico. De esa precarización ha surgido lo que algunos sociólogos han dado en denominar con aséptica prosa académica, 'trabajadores pobres'.

No basta que la leve mejora económica haya permitido recuperar una parte poco significativa del empleo perdido porque conseguir un puesto de trabajo, dada la baja calidad de la oferta, no garantiza la mejora de la economía familiar. El problema actual es otro. Durante los últimos años, los tipos de interés han permanecido bajos y la inflación plana, hasta el punto de que 2014 terminó en tasa negativa. De ese modo, las familias son incapaces de generar ahorro y consumir ya que sus necesidades vitales y sus obligaciones financieras permanecen inalterables.

Sin embargo, son demasiados los que aún defienden que hay que mantener la devaluación salarial porque ha sido buena para la economía española ya que nos ha hecho más competitivos. Craso error; el factor trabajo no es uno cualquiera entre los que forman el coste de producción de las empresas y en absoluto es neutro si nos referimos al sector servicios. Se confunde causa y efecto. No se gana competitividad bajando salarios, sino produciendo más y mejor al mismo coste. Lo que nos hace competitivos es la eficiencia.

Los ciudadanos han asumido esfuerzos excepcionales; ganan menos, pagan más impuestos y se les ha obligado a asumir el coste de servicios básicos que desde siempre cubría el estado. Y hasta la fecha no han obtenido compensación alguna. En esta tesitura, es muy probable que los sindicatos defiendan, en su afán igualitarista, subidas salariales generalizadas a la vez que algunas organizaciones empresariales abogarán por seguir identificando competitividad con precariedad y bajos costes y no con mejora de la calidad. Ambos planteamientos nos devolverán a tiempos de ineficiencia y pobreza que creíamos superados.

Así que más allá de consideraciones de tipo macroeconómico deberíamos centrarnos en lo que los anglosajones denominan behavioural economy o economía del comportamiento. Porque una cosa es que los trabajadores acepten reducciones de salario cuando no hay más alternativa y otra muy distinta que mantengan idéntica su productividad o que estén dispuestos a incrementarla gratuitamente.

En una economía moderna, eficiente y competitiva, el salario no es la única variable a tener en cuenta para valorar subjetivamente un puesto de trabajo. Se incluyen otras muchas que en España, salvo en algunas grandes corporaciones, suenan excéntricas. Pensemos en la conciliación familiar, los beneficios sociales o las rentas diferidas en planes de pensiones o previsión que deberían convertirse en una parte muy importante de la retribución salarial.

Aunque muchos no lo crean, es demasiado habitual superar una crisis para acabar cayendo estrepitosamente en plena recuperación. Cuando el mercado laboral se abre, las empresas que no entienden como algo imprescindible mejorar la remuneración de sus empleados, empiezan por perder a los más osados que a veces se convierten en competidores y después son abandonadas por los mejores. A ambos los sustituirán por personal mediocre o menos preparado pero dispuesto a trabajar por salarios bajos. Inmediatamente, la competitividad y la eficiencia se verán dañadas y la quiebra estará servida.

Una empresa y por ende, un país, se enriquecen cuando los negocios prosperan. Y esto sólo ocurre si todas las partes implicadas -capital y trabajo- se sienten seguras y perciben que obtienen una retribución justa y un beneficio acorde a su esfuerzo. Por ese motivo, cualquier compañía que esté incrementando su actividad en esta lenta salida de la crisis se reforzará si mejora los salarios de su personal premiando la creación de valor añadido. Así que si la economía nacional no quiere volver al viejo sendero de la ineficacia, el conjunto de las empresas deberá apostar por ligar los salarios al beneficio, la calidad y la eficiencia porque esa es la única manera de hacer una economía competitiva y de que ganemos todos.

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