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José Antonio / Montilla

Responsabilidad política

EL debate sobre el estado de la nación ha resultado especialmente interesante este año por lo imprevisto. Nadie pensaba que un político experimentado como Rajoy, de vuelta de casi todo, iba a perder los papeles ante un neófito. A mi juicio, la clave estuvo en que Pedro Sánchez puso a Rajoy ante el espejo en el que nunca ha querido mirarse: el de su responsabilidad política por el asunto Bárcenas. Sánchez quiso ser claro y punzante. Para ello incluso leyó la réplica, lo que no queda demasiado bien, pero quería que sus dardos fueran certeros, sin dudas ni titubeos y, ciertamente, lo consiguió.

Cuando Griñán dimitió como Presidente de la Junta de Andalucía explicó en las entrevistas posteriores ante los medios de comunicación que no conocía el presunto fraude cometido en el reparto de fondos de los expedientes de regulación de empleo, ni tenía posibilidad de conocerlo, pero los hechos habían ocurrido en su Gobierno y, por tanto, alguna responsabilidad política debía asumir para no dañar ni al Gobierno de Andalucía ni al partido político que lo sustentaba. Si ese razonamiento lo hizo el Presidente de Andalucía por unos hechos ocurridos en una Dirección General de una Consejería, cómo no aplicar esa concepción de la responsabilidad política cuando el presunto fraude ha sido cometido por el tesorero que has nombrado y afecta a la financiación del partido del que eres secretario general. Aceptemos que Rajoy no conocía el enriquecimiento personal de Bárcenas, los tejemanejes en la financiación del partido, las cajas B para la financiación de campañas y construcción de sedes ni ha recibido nunca sobres en cajas de puros. Eso le exime, en su caso, de responsabilidad penal pero no de responsabilidad política pues debía conocerlo o cuando menos vigilarlo por el cargo que ocupaba y la relación que mantenían. Simplemente esto es lo que le recordó Pedro Sánchez en el debate con la soltura del que no tiene nada que esconder. Rajoy subió a la tribuna para la réplica absolutamente desencajado; se serenó un poco con los jaleos de los diputados de su grupo parlamentario y terminó desbarrando al final. Y es que sabe que debería haber dimitido cuando se confirmó la verosimilitud de los papeles de Bárcenas y sabe, como le espetó Pedro Sánchez, que a partir de ese momento ya no es un político limpio. Esa verdad, expresada solemnemente desde la tribuna del Congreso de los Diputados por el nuevo líder de la oposición, que le va a perseguir durante el resto de su vida política, le hizo explotar.

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