EL año más electoral de la democracia española comienza en Andalucía el próximo día 22. A la importancia objetiva de una comunidad autónoma con ocho millones y medio de habitantes y pionera de la conquista del autogobierno generalizado se ha venido a unir en esta ocasión la convocatoria de unas elecciones anticipadas que abren una sucesión de comicios (locales y autonómicos, catalanes y generales) que van a resultar decisivos para la configuración del panorama político español en los próximos años, los de la salida de la crisis. Aquí empieza todo, pues. Más allá del escenario estrictamente andaluz que las urnas delimiten a partir del 22-M, se comenzarán a ventilar, a modo de ensayo de laboratorio, las cuestiones más importantes de la política nacional venidera. Los ciudadanos andaluces tienen en sus manos, claro está, decidir sobre quién les va a gobernar en los próximos cuatro años, qué alianzas y pactos se harán viables en caso de que ninguna formación consiga la mayoría absoluta de los diputados regionales y cómo afrontarán los distintos partidos de ámbito nacional su futuro inmediato a tenor de sus resultados electorales después de una legislatura intensa. No serán resultados extrapolables sin más al ámbito nacional, pero nadie puede dudar de que el 22-M servirá de guía sobre la continuidad o la ruptura del sistema bipartidista que ha dominado la democracia española, la dimensión real de los partidos emergentes (Podemos, Ciudadanos) y el desgaste de los representantes de la política surgida de la Transición. El PP tendrá ocasión de constatar la reacción de los ciudadanos ante la mejora de la situación económica que Mariano Rajoy ha colocado en el frontispicio de su gestión, y el PSOE comenzará a comprobar si el liderazgo de Pedro Sánchez se consolida o es una nueva ocasión fallida para renovarse como un gran partido de gobierno. Aquí se juega mucho. Aunque sólo será un primer asalto en el año más electoral.

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