Crónicas levantiscas

Juan Manuel Marqués Perales

Andalucía mínima

HAY andaluces para dentro, como Alberto Rodríguez, director de La isla mínima, hijo predilecto de la comunidad desde ayer, certificador de que el talento no está reñido con la timidez. Es más, se puede ser tímido y andaluz, que es lo que él proclamó desde el Teatro de la Maestranza, una revisión de la identidad andaluza. El ingenio ha de ser breve, nunca excesivo, porque si no caemos en la gracia, esa piraña que a veces muestra las caries de los dientes, y otras la sonrisa. Dos diputados andaluces, Manuel Pezzi y Celia Villalobos, podrían ser merecedores de las antimedallas del 28-F. Pezzi se disfrazó de su paisana Mariana Pineda para envolverse en la blanca y verde. Ni gracia ni tino ni respeto, gran nota que diríamos en Cádiz porque nadie sale de su casa por la mañana con la bandera en el bolsillo por si injurian a su tierra en la Carrera de San Jerónimo. A Celia Villalobos ya no le salva ni su desparpajo, iba para niña Kardashian del PP cuando Jesús Hermida la paseaba por sus programas, y ha terminado de reina adolescente: se permite jugar con la tableta mientras Jesús Posada alivia la próstata. En el Maestranza se entregaron las medallas de Andalucía, cada vez se parece menos al Boja hablado, pero sigue acartonado. Lo salvó Virginia Gámez, que metió el himno andaluz por un cante tan poco festero como la petenera. Fino, certero, mínimo.

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