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Rafael / Padilla

Bromas, las justas

EN cierta ocasión afirmé que la política universitaria española estaba abocada al fracaso porque tenía bastante más de política que de universitaria. Eso, el politizar algo tan esencial para nuestro progreso como la Universidad, es una estupidez de la que nunca nos hemos sabido desprender. Basta con que la autoridad de turno, del color que sea, opine sobre el tema para que, de inmediato, la demagogia y el improperio sustituyan, en daño de todos, a la reflexión y al debate.

La enésima prueba la hemos tenido en estos días. Montserrat Gomendio, secretaria de Estado de Educación, FP y Universidadas, ha dicho, supongo que convencida, que el sistema universitario español "no es sostenible". Ni les cuento el tono de las reacciones. En año electoral, semejante perita en dulce no podía desaprovecharse. Así, lejos de analizar la validez de sus argumentos, los restantes contendientes en campaña, por elitista y cavernícola, prácticamente le han puesto precio a su cabeza.

Y miren que doña Montserrat lo explicó bien: tenemos una de las mayores tasas de acceso a la Universidad de toda la UE, una de las tasas más bajas de matrícula, impuestos comparativamente bajos y, de facto, ninguna selección de entrada en las Facultades. Factores todos que, unidos, conforman una "ecuación imposible", lo suficientemente preocupante como para que debamos preguntarnos por el horizonte de una institución que tiende inexorablemente al empobrecimiento, a la mediocridad y a la ineficiencia.

Que España matricula demasiados universitarios ya lo subrayó, en 2010, el ministro Gabilondo: "Hay más estudiantes de Derecho en Madrid, ejemplificaba, que en todo el Reino Unido". Sobre el coste de las plazas, además de las asombrosas diferencias entre autonomías, indicaré la permanente artificialidad de los precios públicos, un asunto que, tratándose de una enseñanza no obligatoria, jamás me pareció menor. La dispar presión fiscal vicia de raíz cualquier propósito de acercamiento a los modelos tenidos por excelentes. Y, al cabo, el abrir las aulas a quien, con o sin dinero, no tiene la necesaria aptitud, termina constituyendo un auténtico cáncer que vulgariza cuanto hacemos y roba sentido y razón a tan inmenso esfuerzo colectivo.

¿Se equivoca Gomendio? A mi juicio, no. ¿Moverá entonces voluntades? En absoluto. Bromas, las justas, que esto de la universidad, si en llamas, moviliza lealtades, enardece a la clientela y llena urnas.

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