Señales de humo

josé Ignacio Lapido /

Tres millones

EL calendario de este año viene cargado de urnas. Habrá votaciones para elegir representantes en todas las administraciones, local, autonómica y central. ¿Qué quiere decir esto? Que sufriremos una plaga de promesas electorales. Y hay que estar vacunados.

Desde el "puedo prometer y prometo" de Suárez en los albores democráticos, las promesas electorales se han convertido un género literario en sí mismas. Por sus aspectos formales y su temática, yo las situaría entre la ciencia ficción y la novela picaresca: tratan de engatusar al votante potencial describiendo prodigios futuros que nunca sucederán. De hecho, si pones un poco de Asimov, un poco del Lazarillo, cuarto y mitad de Ray Bradbury y una pizca de Mateo Alemán tienes un programa electoral con serias posibilidades de triunfo.

Uno de los compromisos electorales más literarios fue aquel de dotar a la ciudad de Jaén de un aeropuerto. No recuerdo si el prometedor en cuestión fue Chaves o el presidente de la Diputación de Jaén, o ambos en autoría compartida. Eran tiempos en los que se prometían palacios de congresos, polideportivos descomunales, campus universitarios, modernísimos centros culturales y puentes de Calatrava para cada pueblo de más de 500 habitantes. El caso es que hubieron pasado cuatro años de aquella promesa, se aproximaban las siguientes elecciones y en Jaén no se tenía conocimiento de aeródromo alguno. Ante el riesgo de ser tildados de mentirosos o poco fieles a la palabra dada, las autoridades asombraron al mundo con su decisión: al aeropuerto de Granada se le cambiaría el nombre. A partir de entonces se denominaría Aeropuerto Federico García Lorca de Granada y Jaén. ¿No queríais aeropuerto? Ahí lo tenéis. A sólo 100 kilómetros de distancia. No digáis que no cumplimos lo prometido. Una genialidad que no está al alcance de todo el mundo, sólo los políticos mejor dotados son capaces de convertir su cinismo en obra pública.

En 2015, tras tantos fiascos de parecidas características, los que detentan el poder y los que aspiran a ello siguen sin titubear a la hora de regalar el oído de sus parroquianos haciendo alarde de su capacidad para la multiplicación de los panes y los peces.

Rajoy, eximio autor de promesas tales como no recortar en sanidad ni en educación, no subir los impuestos y otras igualmente incumplidas, aprovechó el reciente debate del estado de la nación para firmar su nuevo best seller: "Prometo crear tres millones de empleos netos en los próximos cuatro años". Ni uno ni dos sino tres. Podría haber prometido encontrar la cura del cáncer, acabar para siempre con las reposiciones de Verano Azul en TVE o devolverle la vida a Walt Disney, pero como es un hombre de Estado se limitó a prometer lo imposible. Bravo.

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