Quosque tamdem

luis Chacón

Novilleros de la política

UNA imagen icónica de la España de pan y toros y charanga y pandereta era la del novillero fanfarrón que tras cuatro tardes aceptables en plazas de tercera y aupado por un puñado de gacetilleros sin más oficio que el de soñarse creadores de un mito, se proclamaba indiscutible número uno de la tauromaquia y anunciaba una nueva edad de oro del toreo que iba superar con creces todo lo conocido y dejaría a la altura del betún la mítica rivalidad entre Joselito y Belmonte o la impasible majestad de Manolete.

Quizá porque la fanfarronería es muy española o porque nos apasionan los fuegos de artificio, no ha resultado extraño que el bisoño líder de un partido sin representación parlamentaria ni más cuadros que un puñado de profesores universitarios y que carece absolutamente de responsabilidades de gobierno, experiencia política o programa conocido -salvo unos cuantos lemas vacíos, repetidos hasta el hartazgo y pringados de la simplona y cansina referencia a la casta- se haya nombrado jefe de la oposición con la misma desvergüenza y desparpajo que los novilleros de chichinabo se encaramaban caprichosamente al escalafón elevándose a figuras del toreo. Aún así, siempre es de agradecer que no se haya proclamado jefe del gobierno, líder supremo o caudillo de España, sin el refrendo de las urnas. Parece que en algo si hemos cambiado. Y a mejor.

El señor Iglesias, su cohorte universitaria de teóricos de la ciencia política y la claque de plumillas progresistas de salón enmoquetado que les jalean con histeria adolescente, sufren cierto mesianismo mal disimulado, un ansia enfermiza de poder y la más aguda impaciencia por manejar los resortes del estado. No sabemos muy bien para hacer qué, ni cómo. Aunque si acaban aplicando el programa que sospechamos o inferimos de sus actuaciones televisivas, preferiríamos que hiciera honor a su palabra y permaneciera como jefe de la oposición ad aeternum.

Pero la democracia tiene reglas, liturgia, plazos y formalidades cuyo escrupuloso cumplimiento es imprescindible para garantizar la tranquilidad del ciudadano y el respeto a las libertades que le es inherente. Debiera pues, el señor Iglesias, domeñar sus ímpetus, esperar el veredicto inapelable de las urnas y aplicar a su ego cierta cura de humildad antes de que sean los ciudadanos quienes le recuerden que la vida es como un bolero y Podemos se convierta en lo que pudo haber sido y no fue.

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