Quosque tamdem

luis Chacón

De atrios y anfiteatros

HAN coincidido en el tiempo dos preocupantes hechos ramplonamente mediatizados por el pedestre electoralismo de nuestros políticos y que conciernen más que a lo que somos, a lo que fuimos y seremos porque afectan a nuestro patrimonio cultural. Es difícil ponderar el grado de insensatez de quien ideara celebrar un torneo de pádel en el Anfiteatro de Mérida por mucho dinero que pudiera dejar. Más aún cuando el proyecto incluía levantar unas gradas portátiles sobre los milenarios sillares. Al fin, la presión popular sobre los patrocinadores -más sensibles que los dirigentes políticos- ha evitado tamaña barrabasada.

Y casi a la vez, en esta Granada nuestra de exabrupto y banderías surge otra polémica artificial con la construcción o no del Atrio de acceso a la Alhambra que todos creíamos aprobado hace años.

Conservar el patrimonio cultural es una responsabilidad común. No somos dueños de ninguna de las obras de arte que nos legaron nuestros mayores. A lo sumo, nos constituimos en meros depositarios forzosos y cae sobre nosotros la obligación de entregarlos a quienes nos sucedan con la misma emoción que se recibe el viejo reloj de cadena o la pulsera de pedida de los abuelos. Pero conservar no es convertir un monumento en un decorado de cartón piedra para vender postales. Conservar el patrimonio es cuidarlo, engrandecerlo y mimarlo como la joya que es. Y la mejor forma de hacerlo es mostrarlo al mundo y hacerlo con pedagogía. Cada monumento es una biblioteca parlante para ojos atentos y mentes abiertas.

La Alhambra merece un centro de recepción de visitantes acorde a su calidad monumental y es indigno convertirla en mera excusa para que el comercio o la hostelería granadina aumenten sus ventas. El respeto a un legado cultural de siglos no se muestra recreando pastiches de escayola del Patio de los Leones en los ventorrillos ni utilizando el adjetivo nazarí para calificar un equipo deportivo, una empresa, un pastel o un plato por el mero hecho de ser granadinos.

Granada no puede permitir que se asocie la Alhambra con inmensas colas de viajeros bajo el sol o con la ausencia de los servicios más básicos. El Atrio ha de ser como la Pirámide del Louvre, un referente de uso respetuoso, modernidad y clase de una ciudad que debe aspirar a mucho más en el concierto cultural del mundo. No hay mayor forma de admiración que la de quien enaltece aquello que tiene la suerte de disfrutar.

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