El sello

CRISTINA MARÍN MUÑOZ

Clones de la norma

NO existen rostros feos, sino caras originales. Ni en sentido literal una nariz larga es un defecto, sino un exceso, entre otras cosas, de singularidad. Lo mismo podríamos decir de las grandes orejas o de los dientes generosos y, más allá del cuello, de las adiposidades o las amplias posaderas. Qué son sino dones que otorga la liberalidad de la genética, sino señuelo que marca la diferencia del individuo único.

El bisturí como arma actual de destrucción masiva amenaza con globalizar nuestra diversidad física, con adocenar nuestras peculiaridades dentro de una mediocridad alienante. Animo desde aquí a una rebelión contra la cirugía castradora que es al cuerpo lo que la televisión al alma; otro medio de despersonalización desde arriba. Si antes hemos luchado contra el poder de esa caja tonta que, día a día, pretende unificarnos en la estupidez, ahora lo hacemos contra esas clínicas que nos quieren clones de la norma.

He sabido que España es el país europeo que más gasta en cirugía estética y eso ofusca mi orgullo nacional. Queremos acaso, me pregunto, enmendarle la plana a esa rancia e ilustre etnia que fueron los celtíberos ¿Nos avergüenzan las facciones que obvian nuestras gloriosas señas de identidad?

Este pueblo, emblema del espíritu romántico, rebelde y orgulloso de sus liberadoras diferencias quiere ahora ser como todos. Como este o aquel de la foto, dice el acomplejado paciente, mostrando al cirujano una revista de celebridades bárbaras. Es como un relato de Borges pero a lo bestia; los herederos del espíritu de Numancia quieren ser 'el otro'. Lástima de principios unamunianos en torno al casticismo; desarraigados del unívoco perfil torero, la piel de toro se verá poblada de equívocas fotocopias de David Beckham y Angelina Jolie. Trágica paradoja; han podido más los anuncios de yogures desnatados y la prensa rosa que las tropas de Napoleón y después de tantos siglos de insumisión nos rendimos al invasor por la cara. De camino a la camilla arriesgamos la bolsa y la vida.

Me rebelo contra esta inculcada falta de autoestima que engorda las cuentas bancarias de cirujanos que, en ocasiones, ni lo son y, a modo de receta-manifiesto, propongo una enfermedad psicológica como antídoto. Se llama anti-anorexia y consiste en un sencillo ejercicio matinal que ocupa unos pocos minutos ante el espejo. Esto es, el aquejado de tan positivo mal no ha de verse gordo siendo flaco, ni imaginarse feo cuando sólo es algo original y contemplará cada detalle de su físico como un prodigioso don de la naturaleza. Tras este breve examen ocular, el enfermo ha de exclamar ¡viva la madre que me parió!, y se echará a la calle palmeando un saleroso fandanguillo de Huelva. No falla, es más o menos lo que hacía el barbero de Sevilla, antes de que los libros de autoayuda se pusieran de moda.

Me aterra pensar en un mundo futuro poblado de rostros idénticos operados a la última moda, de androides de cuerpos perfectos y pensamientos robóticos sobre el árido paisaje de un planeta desértico como en una de esas malas películas de ciencia-ficción de los años setenta. Aspiro, pues, a expirar en una sociedad aún de seres humanos, de individuos originales. Cada cual peculiar, cada cual bello a su manera.

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