Mirada alrededor

juan José Ruiz Molinero

Desesperados

POR una vez, y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con lo que ha dicho un Papa y un ministro del Gobierno español. Francisco se ha referido a la vergüenza que deberíamos sentir al ver cada día el drama de los centenares de personas que perecen en ese mare nostrum que históricamente unía civilizaciones y que, hoy, se ha convertido en el mar negro de nuestras conciencias, en cuyo fondo están miles de seres humanos que huyen desde sus orillas sur, no ya para el legítimo derecho de alcanzar una vida mejor, sino simplemente para salvarla. La otra afirmación, la del ministro de Asuntos Exteriores, García Margallo, se complementa: el drama de refugiados, personas que huyen de su lugar de origen, por guerras, persecuciones implacables, simplemente para salvar la vida, supera al ocurrido durante la segunda guerra mundial. Los números, que tanto nos gusta utilizar a los periodistas, olvidando que detrás de una cifra hay el dolor o la muerte de infinidad de seres humanos, lo demuestran.

Pero lo peor es que hay una preocupante indiferencia, cuando no rechazo, ante los gritos ahogados por las aguas, el polvo o los silencios lejanos ante estos dramas, en los que Occidente no es ajeno. Hasta en Italia el partido de Berlusconi ha publicado carteles con el inhumano lema 'Vacaciones en Italia', ilustrado con una barcaza de inmigrantes en la que se destaca los 39 euros que recibirán, la comida y el tabaco gratis. En otros países europeos -los del norte 'supercivilizado', pero también otros cercanos que cierran fronteras-, incluido el nuestro, crece la animadversión hacia los desesperados.

Los europeos, los norteamericanos y los occidentales, en general, no nos preocupamos por lo que hemos hecho mal o hemos dejado de hacer en los países de origen para aliviar los problemas, detener sus guerras civiles o tribales, los enfrentamientos entre pueblos, los cambios de dictadores abominables -Hussein, Gadaffi, etc., a costa de bombardeos 'civilizados' que originaron también centenares de víctimas-, sin garantizar otro futuro. ¿Acaso nos han preocupado los extremistas yihadistas que decapitan cristianos y musulmanes y que destruyen vestigios de civilizaciones, hasta que no han llegado al corazón de Europa o de Occidente? ¿Hemos estudiado a fondo sus orígenes? ¿Qué hemos hecho para detener el drama palestino, sirio, libio o eritreo, entre tantos otros?

Ahora, los débiles y perseguidos o se hacinan en campamentos de vergüenza o caen en manos de los traficantes que hacen negocio con su desesperación. El 'asunto' nos ha desbordado, pero la indiferencia crece conforme las sociedades están más lejos de los problemas. Es triste que éste drama no se considere el más importante que azota, hoy, a la Humanidad.

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