LA palabra de moda en la política española es transparencia. Mantra que invita a soñar con una vida pública más sana. Pero no es tan nuevo, ni tan cierto como se vende. Los recientes lances de las listas ocultas de defraudadores o de la forzada Mesa del Parlamento andaluz demuestran que no va en serio. Es una falsa novedad. Cuando los daneses dijeron que no al Tratado de Maastricht en 1992, pusieron de moda palabras como subsidiariedad, acercar las decisiones y la gestión al ciudadano.

Además de dejarlos fuera del euro, otra palabra mágica para que los daneses dijeran que sí en 1993, fue transparencia. Exigieron que los consejos de ministros de la UE se retransmitiesen por televisión. Se hizo una pantomima: un turno en directo para cada uno de los doce socios de la Unión de entonces, con palabras para la galería, y después, a puerta cerrada, lo de siempre. La parodia se dejó de hacer enseguida. Antes, Gorbachov había llegado al poder en la URSS en 1985, con 54 años. Un jovencito si se tiene en cuenta que aquello era una gerontocracia, en la que sus antecesores se convirtieron en secretarios generales del PCUS con 72 y 68 años. El nuevo jefe de la URSS hizo famosas dos palabras: la glásnost y la perestroika. La primera significa transparencia. La segunda reforma.

Cuando Rajoy habla de sus reformas y de su afán por la transparencia no es nada original. Sincero tampoco parece a la luz de la opacidad de su partido sobre los defraudadores fiscales y las cuentas del antiguo campeón del PP Rodrigo Rato. Las evasivas del Gobierno en este caso son lo opuesto a las intervenciones del ministro de Hacienda en persona en los casos de Pujol y Monedero.

En el ámbito andaluz el panorama no es mucho mejor. El PSOE se ha quedado con la mayor parte de la Mesa del Parlamento andaluz, ha relegado al PP a la misma representación de IU y le ha culpado de ser contrario al pluralismo. La transparencia en este caso la ha puesto el profesor Ruiz Robledo en un excelente artículo en estas páginas el pasado miércoles, con el título El reparto del botín.

Resulta que el Parlamento andaluz tenía cinco miembros en la Mesa, para 109 diputados; se subieron a siete y ahora amenazan con aumentarlos a ocho. Que el Congreso de los Diputados tiene nueve para 350 escaños y que el Bundestag tiene siete para 631. Hay que saber que los miembros de la Mesa tienen coche, chófer y un plus. La administración política de la Cámara la hace la Junta de Portavoces. No se trata de poder, sino de prebendas. En claro: esa es la cuestión.

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