La tribuna

ana Carmona Contreras

El acicate de los emergentes

TRAS las elecciones locales y autonómicas el panorama político-institucional muestra un componente pluralista inédito en nuestra experiencia democrática. Hasta ahora, el sistema político implantado desde la Transición aparecía configurado sobre la base de un bipartidismo impefecto integrado por dos grandes fuerzas mayoritarias, populares y socialistas, a las que acompañaba un reducido coro de actores secundarios a nivel nacional -Izquierda Unida y más recientemente, UPyD- y en el ámbito de los nacionalismos periféricos -fundamentalmente, vascos y catalanes-.

Ese cuadro estable y altamente resistente al cambio ha entrado en un proceso de mutación, iniciado en las europeas y que ha seguido avanzando en las dos últimas citas electorales, cuyo resultado final a día de hoy todavía se muestra como una fundamental incógnita. Habrá que esperar, pues, a las elecciones generales que se celebrarán a finales de año para poder afirmar si las contingencias presentes adquieren la mayoría de edad o si, por el contrario, se desdibujan. Aun teniendo presente tal condicionante, los resultados que arrojan los recientes comicios permiten esbozar líneas novedosas que actúan como importantes variables para el desarrollo de la legislatura que se inicia en el ámbito municipal y la mayoría de las aomunidades Autónomas (13 sobre un total de 17).

En primer lugar, se ha puesto claramente de manifiesto el afianzamiento de un importante sesgo renovador que, aunque con un efecto mucho más contenido, ya se constató en las elecciones autonómicas andaluzas. Si entonces se evidenció la pérdida de terreno de los partidos mayoritarios frente a las fuerzas emergentes, ahora esa tendencia ha experimentado un incremento exponencial. Las tornas del bipartidismo han cambiado y asistimos a un considerable reforzamiento del pluralismo en la representación, cuya consecuencia inmediata es el acceso a las instituciones de Ciudadanos y también a la marca municipal de Podemos.

Correlato lógico de la fragmentación representativa es la desaparición de las otrora predominantes mayorías absolutas, quedando en evidencia lo exiguo de las distancias existentes entre las fuerzas más votadas. Con ello, la necesidad de pactar de cara a la formación de los gobiernos municipales y autonómicos se muestra inesquivable. El bipartidismo imperfecto, pues, se tambalea peligrosamente (del 80% de los votos que sumaban ambos partidos en las pasadas elecciones se ha pasado a un porcentaje del 50% en las actuales) y si bien no ha desaparecido está sometido a importantes tensiones. Para empezar, porque el hasta ahora hegemónico Partido Popular a pesar de ganar -es la fuerza más votada- pierde, al experimentar un espectacular retroceso en prácticamente todo el país (casi 2.500.00 votos menos). En tales circunstancias, su posición es altamente precaria, dado que si quiere conservar cuotas de poder territorial se ve constreñido a buscar socios. A este respecto, ya ha quedado patente que la fuerza política llamada a pactar es Ciudadanos. Ahora bien, su lider nacional, Albert Rivera, ha vuelto a recordar que está abierto al consenso con todo aquel que lo requiera y también que el listón de las exigencias sigue muy alto.

Por su parte, los socialistas, a pesar de perder rédito electoral (casi 800.000 votos menos), no se hunden y reciben un precioso balón de oxígeno en un doble sentido. Para empezar, porque allí donde se han mantenido como segunda fuerza política -como es el caso del Ayuntamiento de Sevilla-, cuentan con unas perspectivas de pacto decididamente más amplias que los populares. El hecho es que teniendo en cuenta los resultados cosechados por el espectro de la izquierda -Podemos e Izquierda Unida, fundamentalmente-, el fragmentado contexto resultante se muestra, al menos en principio, más proclive a los acuerdos. Aunque no hay que olvidar que Podemos, haciendo valer su posición de fuerza determinante, también ha vuelto a reiterar la existencia de importantes líneas rojas cuyo cumplimiento se erige en condición indispensable para lograr su apoyo. En segundo lugar, desde una óptica opuesta, se comprueba que en aquellos casos en los que el Partido Socialista ha sido desplazado por las fuerzas emergentes está llamado a asumir una importancia fundamental, asumiendo el papel de actor clave de cara a la formación de mayorías de gobierno: los casos de las emblemáticas alcaldías de Madrid y Barcelona apuntan claramente en este sentido.

Señaladas las principales coordenadas de la incierta situación política concurrente, cabe afirmar que la principal duda que planea sobre el horizonte político nacional apunta directamente a la capacidad de las fuerzas emergentes para dar prioridad al sentido institucional, desplazando a un segundo plano el tacticismo electoral. El absurdo calendario electoral en el que está inmerso nuestro país no se presenta como escenario ideal para ello, al favorecer planteamientos cortoplacistas y mermar sustancialmente el margen para la reflexión sosegada. Aun así, el apreciable respaldo que los ciudadanos han dado a aquellos partidos que han hecho de la regeneración democrática su principal objetivo debe servir de acicate para que éstos asuman el compromiso de la gobernabilidad.

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