En tránsito

eduardo / jordá

E rrores del PP

NO creo que nadie pueda sorprenderse por la derrota del PP -porque fue una derrota indiscutible- en las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo. No se puede gobernar sin dar la cara, no se puede gobernar tratando al ciudadano como si fuera idiota y no se puede gobernar con un desprecio absoluto hacia la realidad más acuciante. España es, pese a lo que suelen decir los manuales de literatura, el país menos realista del mundo (en este sentido basta ver las propuestas de algunos de los ganadores de las pasadas elecciones, que también entran en la categoría de "lo real maravilloso", igual que las novelas de don Álvaro Cunqueiro), pero incluso en el país del desprecio absoluto hacia la verdad empírica hay que comportarse con un mínimo de respeto hacia la lógica.

Y eso es lo que no ha hecho jamás el PP, que se ha comportado durante estos años como un partido que vivía instalado en una burbuja impermeable, aislado por completo del resto de la sociedad por esas barreras invisibles que separan los barrios exclusivos de clase alta -donde la crisis se ha notado poco o no se ha notada nada- de los barrios vecinos donde la gente las estaba pasando canutas. En medio de una crisis económica sin precedentes, y cuando millones de ciudadanos veían que el mundo de la seguridad económica y laboral se estaba yendo a pique, sus candidatos -ellos y ellas- seguían vistiéndose como si fuesen a tomarse un gin tonic al club de campo más próximo, sin olvidar jamás los macizos relojes de 600 euros que siempre parecían exhibir con un orgullo mal disimulado. ¿Es que no se habían dado cuenta de la cruda realidad que tenían que soportar los habitantes de este país? Por lo visto, está claro que no.

Y lo peor de todo es que ni siquiera han tenido la precaución de explicar a la gente por qué estaban tomando las medidas drásticas que han tenido que tomar. Y mucho peor aún es que no se hayan atrevido a enfrentarse con sus propios corruptos con la contundencia que la gente reclamaba. Es muy posible que algunas de las alternativas que se presentan al PP, sobre todo en la izquierda más radical que también cree en el realismo mágico y en la máquina maravillosa de fabricar dinero -y que ni siquiera tiene una idea clara del modelo territorial que desea para este país-, acaben siendo igual de desastrosas y tal vez incluso más ruinosas. Pero hay que reconocer que el mérito de haberlas hecho posibles -y creíbles, y peor aún, deseables- es sólo suyo. Del PP, por supuesto, que quede claro.

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