La esquina

josé / aguilar

El matrimonio homosexual

MÁS de 31.000 parejas homosexuales se han casado en España en los diez años transcurridos desde que Zapatero tuvo la ocurrencia de legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo. Bendita ocurrencia: ha hecho felices a muchas personas o, al menos, les ha permitido superar uno de sus principales motivos de infelicidad hasta 2005, a saber, la necesidad de amarse fuera de la ley.

Hace poco el Tribunal Supremo de Estados Unidos decidió, por un solo voto de diferencia, legalizar el matrimonio entre gais o entre lesbianas a nivel federal. En los cincuenta estados del país. Un mes antes la católica Irlanda aprobó también, en este caso mediante referéndum, que los homosexuales puedan casarse.

Veintidós naciones del mundo reconocen ya este derecho, pero los casos norteamericano e irlandés me parecen determinantes, uno por la repercusión y propagación mundiales de cualquier cosa que aprueben los USA y otro por la importancia objetiva de que los ciudadanos de un país de honda raíz religiosa (en versión católica) hayan dado el mismo paso, para poder vaticinar que el matrimonio homosexual será aceptado más pronto que tarde en la mayor parte del planeta.

No sé si la legalización sirve más a la causa de la justicia o a la de la igualdad. Para mí que andan empatadas. Si el matrimonio homosexual hace justicia a un amplio colectivo de personas a las que se ha privado tradicionalmente de algunos derechos fundamentales, empezando por la libertad, tampoco es menos relevante el hecho de que las iguala con una mayoría de la que sólo se distingue por su condición sexual. No hay ninguna razón para que sean discriminadas. Como tampoco la hubo antes para los negros, las mujeres, los menores o los disidentes políticos.

Ha sido una conquista democrática en la que, por una vez, España ha sido pionera. En vez de copiar, hemos sido ejemplo en un asunto que afecta a la libertad individual y al pluralismo social, así como al respeto a la esfera privada de los individuos y la no intromisión de los poderes públicos en ella. Y a todo esto, ni se ha acabado la familia -más bien se ha normalizado otro tipo de familia- ni se ha destruido desde dentro la civilización occidental.

Desarmados de argumentos, algunos se aferran al rechazo de que a las nuevas parejas se les considere matrimonios. Oiga, ¡es como ellas quieren llamarse!

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