LOS griegos despejaron la incógnita del referéndum-trampa planteado por el primer ministro, Alexis Tsipras, al frente de un Gobierno izquierdista apoyado por la derecha nacionalista y la ultraderecha, de la peor manera posible: votando no a la propuesta del Eurogrupo para prolongar el rescate y refinanciar la deuda de Grecia que había sido rechazada por Tsipras al abandonar las negociaciones. Por un % de votos a favor frente a un % en contra, los ciudadanos confirmaron la decisión de sus gobernantes de no asumir las condiciones de sus socios europeos y endosar toda la responsabilidad de optar en el dramático dilema a un pueblo que se ha empobrecido durante la crisis hasta extremos insospechados, viendo reducirse su PIB en un 25%. La apelación constante de Tsipras a la dignidad nacional de Grecia y a la promesa electoral de no someterla a más recortes se ha demostrado suficiente para convencer a la mayoría de los griegos de que existe futuro para la nación al margen de los dictados de Europa, lo que exige la revisión de las reglas del juego de la UE y el compromiso de renegociar el pago de las deudas contraídas. En este sentido puede afirmarse que los griegos han votado más con el corazón que con la cabeza, castigando a la Europa que quizás no ha sido generosa con ellos y que no puede estar interesada en el desastre de la economía helena, su salida del euro y su aislamiento en los mercados financieros. La voluntad mayoritaria expresada en el referéndum de ayer alivia la crisis política interna, ya que el gobierno de Tsipras y la coalición Syriza ha quedado consolidado y ha superado con éxito el órdago que lanzó con cierta frivolidad -ya no tendrá que dimitir y convocar nuevas elecciones-, pero anuncia problemas graves para el interés nacional de Grecia a corto y medio plazo. El panorama que se abre para la nación helena no varía mucho del que ha precedido al referéndum de Tsipras (falta de liquidez de los bancos, corralito, psoible suspensión de pagos), salvo en un aspecto importante: que Atenas se encuentra ahora en peores condiciones para renegociar lo que interrumpió abrupta y unilateralmente. A cambio de verse levemente apoyado por una sociedad dividida, el primer ministro griego se encuentra a una troika desairada e inamistosa, que ahora será menos propicia a prorrogar el rescate financiero o pactar uno nuevo, que sería ya el tercero, ante la confirmación de que Tsipras no asume las reformas que se le exigen para demostrar su voluntad real de pagar las deudas (por ejemplo, retrasar la edad de jubilación, aumentar los ingresos fiscales del Estado o reducir el enorme gasto militar). Los griegos votaron ayer la peor salida.

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