Quosque tamdem

luis Chacón

¿Quién es ETA?

HACE poco volví a disfrutar de esa joya del patrimonio mundial que es nuestra Mérida, romana y bimilenaria. Haciendo tiempo para ver la bellísima Casa del Mitreo, nos acomodamos en una placita donde una imponente bandera de España ondea sobre un pedestal y en medio del sesteo propio del mediodía, la voz de una niña empezó a leer, con esa cadencia escolar que siempre provoca ternura, la inscripción que yo no alcanzaba a ver: la ciudad de Mérida recuerda a Miguel Ángel Blanco, asesinado por ETA… Un instante de indecisión y una pregunta lanzada inocentemente al aire: ¿Quién es ETA? Les puedo asegurar que me sacudió un escalofrío de emoción.

Cuando perteneces a una generación marcada en la infancia por el magnicido del almirante Carrero Blanco, en la juventud por la matanza de Hipercor y ya en la madurez por el crimen vil y salvaje de Miguel Ángel Blanco, resulta muy difícil explicar a una niña que a diferencia de los de hoy, los telediarios en blanco y negro de nuestra infancia se abrían demasiadas veces con la fotografía de un asesinado, la imagen de algún lugar de España asolado por una bomba cobarde, las sirenas de las ambulancias o el gesto demudado del presentador. Más difícil aún sería contarle, dieciocho años después, como vivimos aquellas horas de julio de 1997. El mismo día en que a Miguel Ángel le robaron la vida unos desalmados, debieron nacer en España un buen puñado de jóvenes que hoy celebrarán su mayoría de edad en un país libre y democrático en el que podrán expresar sus ideas sin ningún miedo. Por eso, hoy debería ser un día de homenaje a las víctimas de un terrorismo atroz ya casi olvidado y que para miles de niños como mi lectora de aquella tarde emeritense sólo será un capítulo más en su libro de historia y quizá una pregunta de examen.

Pero desgraciadamente, no parece que hayamos aprendido mucho y hoy son otros los que amenazan a quienes piensan distinto, hacen del pueblo su excusa totalitaria, se arrogan una representación que nadie les ha otorgado y prometen paraísos ideales desde un marxismo plenamente fracasado. Quizás después de tantos años de plomo como ha sufrido España en su historia, deberíamos saber que en democracia no hay enemigos sino adversarios, que no hay acuerdo sin diálogo, que no somos poseedores de ninguna verdad absoluta, que las únicas batallas que debemos librar son las electorales y que su resultado sólo se dirime en las urnas.

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