Quosque tamdem

luis Chacón

Los polituiteros

EN 2008, un desconocido senador por Illinois que mediaba su primer mandato en la Cámara Alta, desbancó a Hillary Clinton de la candidatura demócrata meses antes de derrotar en las presidenciales al senador McCain, héroe de Vietnam. Fueron muchos los que señalaron la importancia de las recién nacidas redes sociales en el triunfo del presidente Obama. Pero lo único que hizo su equipo de campaña fue anticiparse inteligentemente en el uso de una nueva forma de conectar con el electorado, al igual que Kennedy cuando derrotó a un desaliñado Nixon en el primer debate televisado de la historia o Franklin D. Roosevelt con sus radiofónicas charlas al calor de la lumbre.

El uso político -que no la moda, pues se vislumbra tan poco pasajero como la radio o la televisión- de las redes sociales es otro medio más de expandir opiniones. No cambian tanto las sociedades como los altavoces. Las redes sociales aportan rapidez y una falsa cercanía. Desde siempre, el sabio consejo, la opinión inane o el exabrupto tabernario han dispuesto de audiencia y difusión pero nunca de la actual velocidad de propagación.

Todos los partidos se han subido al carro de las novedades y no hay cargo público, organización local, provincial o nacional que no disponga de su twitter para ir dejando caer sus propuestas… en el corto espacio de 140 caracteres aunque sin la maestría sintética de Azorín. Pero en España, no es la sociedad la que ha decidido actuar voluntariamente sino que son partidos y militantes los que enardecen a sus seguidores en un perpetuum mobile cansinamente cerrado en el que los tuiteros se aglutinan en compartimentos estancos y los mensajes recuerdan a una pegada de carteles virtual, plena de autosatisfacción, aceradas críticas al adversario y desmesuradas alabanzas al líder cuya capacidad se publicita como infinita, sus virtudes heroicas y sus defectos inexistentes.

Y así, el debate sigue siendo ficticio. No hay cruce real de opiniones y de haberlo, se reduce al mismo lanzamiento de consignas mitineras y riña tumultuaria virtual al que estábamos acostumbrados. De ese modo, la posible influencia del mensaje entre el resto de usuarios que aún son una minoría de los votantes se diluye hasta hacerse anecdótica. Se busca la notoriedad antes que el convencimiento y se olvida que tuiter es el equivalente tecnológico del aplauso de nuestros abuelos pero al igual que aquel, no computa en el voto.

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