El balcón

Ignacio / Martínez

Europa del revés

FUGA masiva de gente que quiere pasar de Hungría a Austria. Lo hemos visto hace poco; todavía lo tenemos en la retina. La historia se repite un cuarto de siglo después. El escenario principal vuelve a ser Hungría y Alemania el referente. Pero los papeles están cambiados. En el verano de 1989, trenes cargados de refugiados sonrientes, haciendo la uve de la victoria a través de las ventanillas, hicieron el trayecto Budapest-Viena. Aquel año, en mayo, se eliminaron las alambradas de púas desplegadas en la frontera austrohúngara.

Aquellos migrantes eran rubios, alemanes que huían de la RDA y aprovecharon que el Partido Comunista húngaro estaba dirigido por reformistas que apartaron del poder al viejo dictador Janos Kadar, jefe del PSOH durante más de 30 años, desde la invasión soviética del 56. Decenas de miles de alemanes orientales pasaron a la República Federal, a través de Hungría y Austria, por ferrocarril. Otros simularon vacaciones en el lago Balaton, o asistieron a un Picnic Paneuropeo organizado ex profeso en Sopron, y cruzaron a pie a Austria, abandonando en su huida sus anticuados coches Trabant o Wartburg. Aquel agujero en el telón de acero por Hungría fue el tiro de gracia para el Muro de Berlín, que cayó en noviembre, propiciando la reunificación de Alemania.

Los reformistas que habían abierto la puerta a los refugiados alemanes un año antes fracasaron en las primeras elecciones democráticas de Hungría, en 1990. Los ex comunistas liderados por Pozsgay no llegaron al 11%. Tampoco les fue muy bien (9%) a un partido peculiar formado por jóvenes, que exigía a sus militantes tener menos de 35 años: era la Unión de Jóvenes Demócratas Libres (Fidesz), un grupo que se las daba de moderno, cuyos dirigentes vestían chamarretas, iban sin corbata y llevaban el pelo largo, aunque ninguno gastaba coleta.

El Fidesz con los años derogó el tope de edad, sus dirigentes se cortaron el pelo y su ideología derivó de un liberalismo tolerante a un duro conservadurismo ultra nacionalista. Viktor Orbán, el actual primer ministro, es uno de aquellos jóvenes del 90. Y estas autoridades húngaras son mucho menos comprensivas que las de entonces. Orbán está dispuesto a instalar en las fronteras de Hungría alambradas de púas para impedir que entren refugiados en su país.

Y si los dirigentes no se parecen, los nuevos migrantes tampoco: estos que huyen de la guerra de Siria no son rubios, ni sonríen en los trenes, ni hacen la uve de la victoria. Y en vez de fugarse de Alemania (la RDA en aquel caso) quieren ir precisamente a la República Federal. Es Europa del revés.

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