Aningún observador de la vida política andaluza le ha pasado desapercibido el hecho de que el actual Parlamento es uno de los más vivos y diversos de nuestra historia democrática. La existencia de cinco grupos, la situación de minoría del partido que sustenta al Gobierno de Susana Díaz y la necesidad de éste de apoyarse en Ciudadanos para sacar adelante sus grandes proyectos legislativos, en especial el Presupuesto, establecen un marco, por lo menos teórico, en el que los debates deben ser intensos e incluso duros y en los que los argumentos deben pesar más que la mera aritmética parlamentaria. Parece, sin embargo, que los primeros meses de la legislatura están transcurriendo en un ambiente de creciente crispación que lejos de producirse en momento concretos de gran tensión se ha convertido en algo habitual en las últimas sesiones y que ha tenido su colofón este semana cuando los grupos parlamentarios del Partido Popular y Podemos abandonaron el hemiciclo para protestar por lo que consideran una actitud obstruccionista del presidente de la Cámara hacia sus propuestas legislativas. Una situación así no tiene, lógicamente, un único responsable. Pero sí conviene destacar el importante papel que juega el presidente en la ordenación de los debates y en la normalidad institucional con la que debe actuar el órgano que, en definitiva, representa la soberanía popular. La actitud de Juan Pablo Durán durante la ya larga controversia sobre el veto a las iniciativas legislativas de la oposición no se puede calificar de conciliadora e incluso ha echado más leña al fuego con alguna declaración desafortunada o con el desprecio con el que trató el informe del letrado mayor que contravenía las tesis que él había defendido. La actuación de Durán ha podido ser incluso correcta desde un punto de vista reglamentario, pero a veces parecía que actuaba más como cancerbero de su partido que como presidente imparcial de todos los diputados. Tampoco la actitud maximalista de algunos grupos, Partido Popular y Podemos, ha contribuido mucho a serenar los ánimos. Aparte de escenificar una especie de pinza contra el PSOE y Ciudadanos que a ninguno de los dos conviene, el abandono del hemiciclo es una medida de protesta que demuestra poca madurez democrática. El Parlamento tiene que estar vivo para representar la diversidad de la sociedad que lo ha votado. Demasiados periodos de somnolencia parlamentaria hemos tenido ya en Andalucía. Pero confundir esa vitalidad con un clima de crispación permanente que a nada conduce es un error por el que los ciudadanos pasarían factura. Una institución sólo se justifica si es útil y sirve a los fines para los que fue creada.

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