PARECE que se ha puesto de moda que los políticos bailen en la televisión y en los mítines. Y peor aún, parece que mucha gente piensa votar a los políticos en función de su supuesta simpatía, buen rollo, guapura o incluso dotes de bailarín. Vivimos en un mundo cada vez más complejo -e interdependiente-, en el que nos enfrentamos a las amenazas del cambio climático, la superpoblación, la pérdida de puestos de trabajo y la crisis de las clases medias, por no hablar del yihadismo y las tensiones bélicas que cada vez están más cerca de nosotros. Pero aun así, mucha gente piensa que lo mejor es votar al político que haga mejor los pasitos de baile o que sonría más o sea más gracioso o sepa enrollarse mejor en una entrevista con un locutor hiperactivo. Sin duda progresamos adecuadamente. Vamos bien.

No sé si se está produciendo una mutación cognitiva -cognitiva, repito- que nos está afectando mucho más de lo que nos damos cuenta. Desde que internet y los teléfonos supuestamente inteligentes se introdujeron en nuestras vidas, hemos empezado a creer que la cultura y los contenidos culturales son gratis, que tenemos miles de amigos y de likes perdidos por todo el mundo, y que cualquier cosa que digamos o hagamos o filmemos -por estúpida o grosera que sea- tiene derecho a ser vista y compartida y alabada. Y cada vez nos cuesta más entender un texto muy simple o contextualizar los hechos o distinguir lo que es verdad o es una simple tomadura de pelo en las miles de informaciones que aparecen caóticamente en Google. Y encima no toleramos las críticas ni que nadie nos diga que nos hemos equivocado o que hemos hecho algo mal. Falta de resiliencia, se denomina esta particularidad de la conducta según la nueva jerga de los pedagogos modernos.

Y esto nos lleva de nuevo a los políticos bailongos. En Cataluña, más de 300.000 homo sapiens han votado a una candidatura -las CUP- que defiende la desobediencia civil, la salida inmediata de España, de Europa y del euro -todo a la vez-, el impago de la deuda y la convocatoria de un proceso constituyente que conduzca de inmediato a la nueva República Catalana. Y entre estos votantes había profesores de universidad, médicos, escritores, intelectuales, quizá incluso algún notario como el padre de Dalí. Y mientras tanto, nosotros y nuestros políticos seguimos bailando. Olé.

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