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Rafael / Padilla

La otra cruzada

DOS noticias me permiten reflexionar hoy sobre el imprescindible respeto a las creencias de cada cual. La primera procede de Pamplona: en una sala municipal, con el apoyo del Ayuntamiento de esa ciudad, el artista Abel Azcona presenta una exposición -Desenterrados- en la que utiliza hostias consagradas. El propio Azcona reconoce que las robó. En esencia, su aportación creativa consiste en conformar la palabra pederastia con su sacrílego botín, como si la totalidad de los seguidores de Cristo no abominásemos de tan execrable e infame conducta. La reacción ha sido inmediata: después de recoger miles de firmas, la Asociación Española de Abogados Cristianos ha interpuesto una querella criminal contra el cainita Abel por "un delito de profanación y otro contra los sentimientos religiosos".

La segunda está sucediendo en Londres: el mayor emporio de cines del Reino Unido, Digital Media Cinema, ha censurado un anuncio de la Iglesia Anglicana sobre la oración del Padrenuestro. A pesar de que el spot pasó el control de las autoridades competentes y de que el veto incumple la llamada Ley de Igualdad que en aquel país prohíbe a las empresas cometer discriminaciones por motivos religiosos, la cadena mantiene su negativa: anuncios de Coca-Cola ensalzando la Navidad y su significado, sí; textos tan hostiles, belicosos y sectarios como el Padrenuestro, no.

Y es que, junto a la supuesta cruzada occidental que argumenta combatir el terrorismo islamista, en nuestras sociedades se está produciendo otra, ésta laicista y comprobable, contra los fieles cristianos. Cuenta la segunda con la gran fortuna de nuestra asumida tolerancia, aunque no está exenta de riesgos. ¿Es tan difícil de entender que los insultos y desprecios permanentes abren una peligrosa vía de enfrentamiento? ¿Van a crecer alguna vez estos osados paladines de una presunta, injuriante e inmoderada libertad de expresión?

Estamos empezando a hartarnos de gamberradas que a nosotros también nos molestan. Desde aquí exijo que se cumplan estrictamente las leyes, que se atajen, ahora que aún estamos a tiempo, derivas de un pésimo pronóstico. Vivan y dejen vivir en paz, no mancillen tradiciones seculares ni envenenen el alma de nuestros críos. Porque, si de lo que se trata es de romper hostilidades, de reírse continua, zafia y públicamente de nuestros credos y símbolos, difícil será que no acabe ocurriendo lo que jamás debería de ocurrir.

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