La tribuna

Emilio A. Díaz Berenguer

Las promesas electorales están para no cumplirse

COMO dijo el viejo profesor: "Las promesas electorales están para no cumplirse". Es probable que haya quienes crean que Tierno Galván era sabio por encima de sus posibilidades, especialmente algunos de sus coetáneos políticos que, lejos de amarle, le odiaban cordialmente porque les dejaba intelectualmente al pie de los caballos. Fue el modelo de alcalde al que muchos aspiran hoy a ser, el que recuperó para los madrileños el orgullo de una ciudad envidiada por su despegue cultural y por la libertad de pensamiento que predominaba en todos sus ámbitos. Se le conoce como el viejo profesor, aunque realmente murió joven, con 68 años, siendo el primer regidor de la capital elegido democráticamente en España durante la Transición.

Pues bien, una de las virtudes del mejor alcalde de la democracia era su sentido del humor. Cuando dijo lo que dijo sobre las promesas electorales, estaba criticando a la oposición, pero también a los suyos. Tierno era un verso suelto al que el PSOE colocó como consejero delegado en la Alcaldía al fiel Juan Barranco, su sucesor cuando falleció.

Conocía como nadie cómo se elaboraban los programas políticos y cómo se diseñaban las promesas electorales que se comunicaban a través de argumentarios para que los militantes las repitieran como papagayos. Llegaba a despreciar estas formas no muy democráticas, por lo que se permitía criticarlas con la fina ironía que solía utilizar con cierta frecuencia, la misma que empleó cuando le dijo a los jóvenes madrileños tras su pregón en la presentación de un festival rockero "...el que no esté colocado, que se coloque...¡y al loro!". Era único para provocar, porque su sabiduría se lo permitía.

Pues bien, esta larga etapa de la política, con sus claroscuros, podría estar llegando a su fin. De la maldita crisis, al servicio de los de siempre, no se va a salir volviendo a la casilla cero del tablero político. Por una parte, las nuevas tecnologías han avanzado una barbaridad en la última década, camino de la consolidación de un mundo digital como herramienta de un poder aún por concertar socialmente y, por otra, la ciudadanía ha alcanzado mayores cotas de percepción sobre el poder político y de su propia capacidad para el control del mismo. La próxima legislatura estatal va a ser bastante diferente a las que hemos vivido hasta ahora desde la Transición.

Quieran o no los interesados que todo cambie para que todo siga igual, la partitocracia atraviesa su propia crisis y los políticos electos idóneos para apretar botones en los parlamentos cada vez tendrán menos espacio para sobrevivir. Sí o sí, la sociedad civil va a comenzar a ocupar el lugar que le corresponde en la superestructura política y será más exigente con sus representantes, no aceptando esperar cada cuatro años para hacer valer políticamente sus opiniones.

En este sentido, el cumplimiento de los programas electorales será lo primero que los ciudadanos van a cuestionar, al margen de sus propios contenidos. No es sostenible lo que ha ocurrido con el del PP en la última legislatura, incumplido desde el día siguiente mismo de tomar posesión el Ejecutivo. Tampoco lo es la oferta de los partidos emergentes, con un programa que incluye un número excesivo de medidas, lo que en la práctica acaba convirtiéndolo en incontrolable, ya que sin poner en marcha ninguna de las fundamentales, siempre podrían justificar que han cumplido con el 90% de las mismas.

Es imprescindible obligar a los partidos, y a sus candidatos, a cumplir con sus promesas electorales materializando sus ofertas en contratos-programa, que lleven incorporadas las sanciones políticas correspondientes por su incumplimiento a lo largo de la legislatura. Acordémonos de la primera guerra de Iraq. Más del 90% de los ciudadanos en contra y el Ejecutivo y el Legislativo no respondieron políticamente por esa brecha hasta pasados los cuatro años de la legislatura. Algo falló estrepitosamente.

Seguro que el viejo profesor hubiera apoyado esta fórmula si hubiese tenido un verdadero poder fáctico en su partido. Su materialización, si hay voluntad para ello, no es tan difícil, y como el propio Tierno señaló, los programas electorales deben ser breves, pero, añado yo, también nítidos y sencillos, como prueba de una verdadera voluntad de cumplimiento.

Ya en abril de 2014 manifesté en otra tribuna que contra el vicio de mentir, está la virtud del contrato-programa. Su puesta en práctica plasmaría la sinceridad y la honestidad de las ofertas electorales. Apliquemos lo que es lo habitual en los países anglosajones: la mentira en política no debe salir gratis.

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