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José Antonio / Montilla

El chamán y la exploradora

ACABO de leer el libro El retorno de los chamanes, de Víctor Lapuente. Hacía tiempo que una lectura no me hacía reflexionar tanto. El autor es uno de esos jóvenes investigadores que han debido buscar su sitio fuera de España. En este caso ha recalado en Suecia y desde ese lugar intenta explicar por qué las sociedades escandinavas funcionan mejor que las del sur de Europa.

Su tesis, deliberadamente provocadora, es que aquí suele imponerse el discurso del chamán mientras que en aquellos países se ha aceptado mejor a la exploradora. El chamán nos ofrece una respuesta global a los problemas a partir de su interpretación transformadora del mundo. La exploradora, por el contrario, busca respuestas a los problemas concretos a partir de los datos empíricos y la experiencia del día a día.

La exploradora suele ser aburrida, como los políticos escandinavos, mientras los chamanes tienen un discurso embaucador que apela a las dos necesidades humanas más básicas: la sed de verdad y de justicia. Sin embargo, la política que hace avanzar la sociedad es la que plantea alternativas factibles en lugar de escenarios abstractos.

En situaciones de crisis regresan los chamanes. Cuando los ciudadanos se sienten huérfanos en lo económico, en lo social y en lo político, el discurso del chamán suele triunfar. Pero no en todos los lugares. Esa ha sido la gran diferencia entre el norte y sur de Europa en el siglo XX. Un ejemplo de los muchos que se citan en el libro me ha impresionado especialmente. Durante el periodo de entreguerras, en el sur de Europa los partidos de izquierda caían obnubilados ante el hechizo del bolchevismo revolucionario; sin embargo, los socialdemócratas suecos negociaban la creación de un sistema de pensiones públicas. Desde entonces, paso a paso, con medidas precisas y continuadas, han ido configurando un Estado del bienestar que miramos con envidia desde aquí. Pero lo han hecho sin dogmas, sin grandes planes, sino experimentando las medidas que en cada caso eran más adecuadas para una sociedad justa e igualitaria.

Por ello, si queremos avanzar hacia el modelo social escandinavo huyamos de los chamanes y centrémonos en buscar soluciones consensuadas a nuestros problemas. El problema es que no basta con rechazar a los que pretenden "asaltar los cielos" pues todos llevamos un chamán dentro. Debemos ser capaces de domeñarlo. Para ello puede resultar útil la metáfora con la que concluye este libro: actuemos como los mosqueteros, todos para uno y uno para todos, y no como Robin Hood, nosotros contra ellos.

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