¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez- Moliní

Palmagallarda

YO vengo de dos mundos que han desaparecido: la aristocracia y el comunismo". Ya no sabemos si la leímos, la escuchamos o la soñamos, pero lo cierto es que la frase dibuja con nitidez a uno de esos personajes casi secretos de la historia política y periodística de la España y la Andalucía de la segunda mitad del siglo XX: Ignacio Romero de Solís.

Camarada de Semprún, amigo y contertulio de Dominguín , marqués volteriano con las armas de Marchelina, periodista de cien aventuras, gastrónomo inquisitorial, exiliado en París, reo ante un consejo de guerra... A todos sus títulos, Ignacio Romero de Solís une ahora el de novelista con una obra que presentará esta semana, Palmagallarda (Renacimiento), retrato final de una época y una clase social de la que ya sólo quedan ecos de sus grandezas y miserias.

Hombre de generosidad enciclopédica y con un hondo sentido moral de la existencia que bebe directamente de Machado, Ignacio Romero de Solís bascula entre la efervescencia del joi de vibre -su lado más frívolo y mundano- y la pesadumbre por un mundo que sabe ridícula y previsiblemente cruel. Ya sea en su casa de Cádiz -donde cocina para los familiares y amigos con la maestría de un Savarin- o en su cátedra en el Robles de la sevillana calle Placentines, escuchar a Ignacio es adentrarse en la riqueza del mundo: las tardes del Viti, la muerte de Aldecoa, la blancura del escote de aquella actriz, las anécdotas de la redacción de La Ilustración Regional, el sonido de los fusilamientos en Carmona... La buena educación consiste en eso, en ser ameno, en no aburrir a los comensales, en hacer creer por un momento que la vida es una chispa ligera y luminosa.

De los muchos ignacios que existen, y a la espera de leer su Palmagallarda, nosotros nos quedamos con el periodista que, para descansar de su columnas políticas, escribía unas inolvidables críticas gastronómicas que firmaba como Ventura Comino en aquella Sevilla pre Expo de los ochenta. Como los grandes del género -Pla, Néstor Luján, el Conde de los Andes, Camba...-, es consciente de que la cocina es mucho más que una habilidad o un gusto; es, sobre todo, un hecho cultural profundamente humano (al fin y al cabo se ganó la vida una época traduciendo a los filósofos estructuralistas franceses). Nos gusta pensar en Ignacio Romero de Solís así, exultante delante de un plato y un vaso de vino. Como sabemos hace tiempo, la felicidad es un imperativo moral.

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