El Currinche

Íñigo / YBARRA /

Las votaciones

LA democracia, según dicen, es sinónimo de libertad. Y sin embargo no me cuadra cuando, el valor más representativo de ella, las votaciones en las que elegimos a los representantes políticos, están cimentadas en una obligación que de no cumplirse puede terminar con tus huesos en la cárcel. Un buen día preelectoral, más o menos como los que padecemos en la actualidad, miras el correo y te encuentras con que te han nombrado presidente o vocal de una mesa electoral. Contra ese nombramiento no hay nada que hacer, a no ser que te estén trasplantando el hígado, en casos así con los pertinentes certificados médicos puedes librarte. ¿Qué libertad es esa de estar obligado? La verdadera libertad es la del jugado de lotería; si quiere jugar, juega; si no quiere, pues no juega.

Pero no es solamente falta de libertad la de quien sin quererlo ni beberlo está obligado a ejercer de algo que no quiere en absoluto, sino también, y eso lo más estúpido del asunto, que el trabajo que el primero no desea realizar lo haría otro encantado. Ejercer de presidente o vocal de una mesa electoral es recompensado con cerca de setenta euros. Para algunos esa cantidad no significa nada, para otros representa un capital. Pero no hay manera de que ese principio tan claro le entre en la mollera a los responsables electorales. ¿No se podían organizar listas de voluntarios para semejante fin? Sólo habría que acotar las mismas con unos pocos impedimentos para dejar fuera de los elegidos a analfabetos, delincuentes, afiliados a partidos políticos, borrachos empedernidos, aficionados a películas afganas y gente así. En las listas del paro son cientos las personas que darían cualquier cosa por echarse al bolsillo un domingo setenta euros. ¿No sería más lógico preguntar a ese grupo de necesitados si están dispuestos a ganarse setenta euros?

Pero nada, no hay manera. Te llega un días el cartero con el requerimiento y no puedes hacer nada. Hasta ha habido gente que días antes de la votación se ha presentado ante la Junta Electoral acompañado por quien deseaba sustituirlo, y no había forma de conseguirlo; que no hay tu tía. Así las cosas, si le llega el malhadado papelito, la recomendación es la de presentarse veinte minutos tarde a la cita, la cosa es que alguno los tres sustitutos quiera ganarse un dinerito y ocupen el puesto encantado. Y nosotros a tomarnos una cerveza tempranera.

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