Quosque tamdem

luis Chacón

Los intérpretes

CUALQUIER niño de pecho -incluido el de la diputada Bescansa- discierne claramente quien prefiere que lo meza y con qué nana le gusta dormirse. Distinto es que sea raro encontrar padres que no se arroguen el don innato de interpretar todo deseo de sus hijos. Pero yerran. Entre merendarse un bollo de chocolate o una sanísima macedonia de papaya y mango, cualquier niño prefiere el bollo aunque contraríe la opinión de pediatras y dietistas o la pose hipster de sus padres. Los intérpretes proliferan. Si esa certeza sobre lo que piensan los demás sólo afectara a la infancia, disfrutaríamos de una madurez tranquila y libre. Pero no es así. Es demasiado habitual corregir a alguien en público con un lo que quiere decir, reafirmado con un realmente que alcanza valor homérico si se adorna con "es que no se ha sabido explicar o peor aún, con algo tan descortés como lo que pasa es que usted no le ha entendido".

Pero si infame es atribuirse la intención de otro a quien se trata como un menor, erigirse en intérprete de un grupo de personas resulta intolerable. Estamos hartos de escuchar a demasiada gente argumentar que ellos saben "lo que quieren" otros, sean niños, trabajadores, empresarios o miembros de tal o cual club o asociación. Será por eso que en esta timba de tahúres del Misisipi en que se está convirtiendo la formación del nuevo gobierno, todos y cada uno de los líderes y lideritos de los partidos, coaliciones, confluencias y amalgamas saben lo que quiere, según la ideología de cada uno, el pueblo, la sociedad, la ciudadanía o los españoles y españolas. Dicho sea en horrendo y ridículo lenguaje de género, variante ultramoderna del viejo politiqués. Lo curioso es que el pueblo siempre quiere lo que más beneficia al intérprete de turno. Ya saben: tengo el apoyo y el amor del pueblo, el pueblo me ha pedido, el pueblo ordena, el pueblo, el pueblo, el pueblo…

Pues bien, mis queridos líderes políticos: El pueblo no existe. No tiene una opinión, ni una sola voz. Y si no, recuerden el grito de Calígula en el circo: "¡Ojalá el pueblo romano tuviera un único cuello para cortarlo de un tajo!" El electorado, con todos sus intereses e ideales ha elegido un parlamento. Su obligación es tejer el mejor cesto posible con los mimbres que les hemos dado. Si no son capaces, reconózcanlo y dejen hacerlo a otros. Que para interpretar lo que queremos y equivocarse ya tenemos amigos y familiares.

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