Quosque tamdem

luis Chacón

El error del rey

AÚN no sabemos si la fracasada investidura nos instala en un compás de espera o nos lleva a un callejón sin salida cuya única vía de escape son unas nuevas elecciones que elucubraciones interesadas aparte, se intuyen imprevisibles. Nadie ha asumido esta situación, inédita en España, donde la experiencia es la de mayorías fuertes sin más opción que la del gobierno del partido más votado. Hay que irse a 1979 cuando el PCE ganó 22 escaños para encontrar un tercer grupo parlamentario de entidad aunque muy alejado de la fuerza actual de Podemos o Ciudadanos.

Se nota demasiado la falta de costumbre en convenir acuerdos, conformar mayorías o negociar coaliciones. España es más de adalides providenciales que de líderes y tan profundamente gregaria como excluyente pues siempre se defiende con vehemencia irracional que fuera del propio grupo -familia, equipo, empresa o partido político- todo es desolación y desierto.

Si el 20 de diciembre, los señores Rajoy y Sánchez hubieran abandonado el liderazgo de sus partidos la democracia se habría reforzado. No es raro dimitir cuando se pierde el gobierno y un tercio de los votos o si se obtiene el peor resultado de la historia del partido además de dejar por el camino casi un cuarto del apoyo previo. Pero esas muestras de responsabilidad, habituales en esos que llamamos países de nuestro entorno, parecen impropias del ser español, tan propenso a hacer de Numancia una costumbre y de la resistencia inútil un valor heroico. Que en una democracia parlamentaria se requieran varios meses para formar un gobierno estable ni es novedoso, ni crea sensación alguna de fracaso colectivo. Es más, en la misma noche electoral se inician contactos informales que en pocos días se oficializan a la vez que los medios de comunicación sirven de vía de transmisión para testar a la opinión pública y actuar en consecuencia.

Añadamos al enroque del presidente Rajoy, la temeridad del señor Sánchez, la ambición del líder revolucionario de plató y asamblea de facultad y la obsesión del señor Rivera por ser un Suárez redivivo para una transición innecesaria, el error del rey al proponer a un candidato sin garantías y entenderemos mejor porque estamos en esta encrucijada. El rey, en uso de su auctoritas, debió instar el acuerdo y no lanzar un nombre como quien tira un dado. Poco rédito obtiene la Corona si sólo ha conseguido que empiecen a correr los plazos.

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