Quosque tamdem

luis Chacón

¿El bienestar de quién?

NO hay día en el que algún apocalíptico vocero de la izquierda no proclame que el rampante neoliberalismo ha laminado el Estado de Bienestar y que no contento con ello, quiere eliminar los pocos rescoldos que aún sobreviven en este mundo insolidario y rapaz de las democracias occidentales, tan alejadas de los paraísos socialistas caribeños que nos ofrecen con igual gozo que Moisés la tierra prometida.

Pero la dantesca visión de España que se vende desde los púlpitos de la nueva izquierda revolucionaria casa muy poco con la realidad. La Seguridad Social -son datos recién publicados del cierre de 2015- abona prestaciones a 13,5 millones de españoles a los que hay que añadir otros 600.000 beneficiarios de rentas mínimas de las comunidades autónomas. Reciben pensiones contributivas -jubilación, incapacidad, viudedad u orfandad- 9,4 millones, medio millón son no contributivas, un millón y medio, asignaciones por hijo a cargo y poco más de 2 millones cobra alguna prestación por desempleo. Pero como sólo algo más de la mitad de estas cantidades se abonan con cargo a cotizaciones sociales, son los impuestos quienes sufragan el resto del gasto social, complemento a mínimos, subsidios, etc. Añadan a estas cifras una realidad palpable, la sanidad y la educación siguen siendo gratuitas para el usuario o están altamente subvencionadas como ocurre con medicamentos y enseñanza universitaria. Y ahora, que alguien tenga valor para proclamar que el estado de bienestar está en quiebra o que en España no existe, aunque no sea plena, su acción protectora.

Si analizamos los datos con responsabilidad y sin demagogia concluiremos que su mera lectura estremece. Y no porque más de 14 millones de españoles reciban prestaciones públicas, contributivas o no, sino porque el excesivo peso improductivo del estado, unido al inexistente dinamismo de nuestra economía nos anticipan un futuro mucho más duro si no implementamos reformas que contribuyan a un crecimiento económico firme, constante y duradero. Podemos subir impuestos hasta que la actividad privada esté tan esquilmada que se recaude el cien por cien de nada o en un ejercicio de responsabilidad, liberalizar la economía y premiar el mérito de quien se arriesga creando riqueza. Pero olvidaba un detalle: aunque esas reformas aseguren el estado de bienestar, acabarían con el bienestar de tanto paniaguado y politiquillo que vive del estado.

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