IBAN amarraditos los dos, espumas y terciopelo… Pablo con su coleta al viento y Pedro con su libro de baloncesto, sonriendo por la Carrera de San Jerónimo. Disfrutando de una soleada mañana de marzo. Dando esperanza a los parados, seguridad a los españoles y confianza a los mercados. Por ese paseo junto a Pedro, Pablo renunció a la vicepresidencia del gobierno con la misma despreocupación y generosidad que yo mostré esa misma mañana al declinar el Oscar al mejor actor.

Iban amarraditos los dos, espumas y terciopelo… Buscaban una foto para enmarcar y un momento que recordar. Como aquella instantánea del rey Juan Carlos y Adolfo Suárez; la imagen de dos hombres providenciales que pasean de espaldas al emocionado fotógrafo que perpetúa un histórico instante. Quizá el pequeño detalle de que aquellos dos prohombres protagonizaran una página determinante de la historia de España mientras que estos dos petimetres no se han ganado aún ni el derecho a aparecer en el papel de envolver los jureles en el mercado de abastos, no les quita un ápice de mérito según su propio criterio y el de sus arrobados partidarios.

Iban amarraditos los dos, espumas y terciopelo… Pedro era un recrujir de almidón, Pablo serio y altanero. Pensaban que la gente, con envidia les miraba, que murmuraba Rajoy y Rivera se espantaba. Supongo que no lo saben pero por esos mundos de Dios, dicen que no se estila ya más, ni el socialismo rancio de Pablo ni la vana ambición de Pedro.

Iban amarraditos los dos, espumas y terciopelo… y a su frente, una nube de periodistas y fotógrafos les esperaban con más ansia y emoción que si hubieran sido Reagan y Gorbachov liquidando la Guerra Fría. Parecía que iban, cogidos del brazo y sonriendo como dos paletos en feria, a derribar el Muro de Berlín, pero sólo paseaban calle abajo porque subir las cuestas es duro y cansado.

Iban amarraditos los dos, espumas y terciopelo… Y nada más. Viéndoles en la tele, me quedé esperando a que la cámara fija nos mostrara sus siluetas alejándose hasta difuminarse en un horizonte de semáforos parpadeantes mientras por el ángulo inferior de la pantalla aparecía María Dolores Pradera cantándoles Amarraditos, con la elegante cadencia de su aterciopelada voz y el acompañamiento de sus inseparables gemelos. Casi creí escuchar aquel verso que dice "desde luego parece un juego..." Pero no, se ve que nadie cantó lo del juego aunque lo pensáramos todos.

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