¡Oh, Fabio!

Luis / Sánchez-Moliní

Generación espontánea

LOS antiguos, desde Artistóteles hasta el mismo Newton, creían que ciertas formas de vida nacían por generación espontánea y, aunque dicho error se empezó a cuestionar ya en el siglo XVII, tuvo que llegar Louis Pasteur para refutarlo y demostrar, definitivamente, que todo ser vivo necesita de otro ser vivo para venir a este mundo. A la sociedad española nos ha pasado algo parecido al creer que eso que hemos denominado la clase política es una especie animal que surge de la nada y que, por tanto, sus errores y dislates nos son totalmente ajenos. Habrá que recordar que, al igual que hacen falta moscas para que nazcan otras moscas, se requieren ciudadanos que inoculen su voto en las urnas para que se generen esos otros ciudadanos que son los políticos.

No deja de ser curioso que la teoría de la generación espontánea se forjara en la observación defectuosa de fenómenos naturales como la putrefacción y la aparición en las carroñas de gusanos y otros bichos que ayudan a limpiar el orbe de la carne muerta. De alguna manera, la opinión pública ha llegado a identificar al político con un ser que sólo prospera en los tibios ámbitos de la corrupción, un insecto que es producto exclusivo de la descomposición de la cosa pública, desvinculado por completo de la vida cotidiana de la nación. Lo decimos porque ha existido casi unanimidad en los medios de comunicación al culpar exclusivamente a los políticos del estrepitoso fracaso de la undécima legislatura, que pasará a los anales de la historia como la Non Nata, al igual que aquella constitución de 1856, que nunca llegó a ser promulgada tras el golpe de O'Donnell, el gran espadón chicharrero. Sin embargo, pocos recuerdan que el parlamento no nace por generación espontánea y que somos los ciudadanos los que lo engendramos. Es carne de nuestra carne. Si hemos creado un hemiciclo de aritmética luciferina, no nos quejemos ahora de que los políticos no sepan resolver cálculo tan esotérico.

Un parlamento es y debe ser el espejo de la sociedad a la que representa. No es casualidad, por ejemplo, que esta misma semana Otegi haya hablado ante la cámara europea en unos momentos en los que la Unión vive sus horas más viles y cobardes. Tampoco es casualidad que nuestros partidos políticos no se hayan podido poner de acuerdo con el telón de fondo de una España acobardada por la crisis y la ruina de su andamio político e institucional. El próximo 26 de junio habrá una oportunidad para rectificar. No la desaprovechemos.

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