Un día en la vida

manuel Barea /

La coz y la caricia

HAY electores que dan su voto y aúpan al poder a un Donald Trump, a un Jesús Gil y, sí, también a un Adolf Hitler. Hay individuos, éstos, que llegan a la política muy conscientes de que sus financiadores, sus seguidores y sobre todo quienes se convertirán a su causa los quieren por como son, como actúan y como se expresan -lo que tengan preparado para cuando ya se hayan hecho con el mando, que ellos desean absoluto, es lo de menos-, de manera que sus fanáticos aplaudirán su alarde de testosterona, jalearán sus fanfarronadas y -aquí viene lo preocupante- secundarán su violencia verbal y física. En esa distinción asnal radica su éxito: el tan extendido "ha dicho y hecho lo que tantos pensamos pero no nos atrevemos a decir ni a hacer" justifica disparates y desmanes y los transforma en acciones políticas y blinda como materia legal barbaridades e injusticias. Pero sólo a los más bobos coge por sorpresa cuando todo eso llega de la mano de alguien como esos tres mencionados al principio.

Ocurre que hay otros muchos políticos que, disfrazados de ecuánimes, ponderados, moderados, analíticos, reflexivos y todo eso y mucho más, pierden en realidad el seso por mostrarse naturales, despojarse del envaramiento, abandonar la fineza y soltar el primer viaje, y el segundo y el tercero y los que hagan falta que se les pase por la cabeza. Para que el pueblo -se excusan- lo entienda. Pero la gente, en el caso de estos políticos que confunden la espontaneidad con lo extemporáneo, a lo que asiste es a un calentón sin sentido, a una salida de tono, a un exabrupto, a una bronca a destiempo. En fin, a una cagada.

Entre los políticos, el estilismo simiesco de Trump, el diseño zafio de Gil y el modelo histérico de Hitler -por seguir con esos tres- no es adaptable eventualmente. O se es así desde el principio y hasta el final con todas sus consecuencias o sale uno bien pringado por el albañal. No vale el hoy me da por montar un pifostio en la tele -por muy local que sea-, poniendo a parir a tirios y troyanos (o a jueces y fiscales), y mañana ya me retracto. De nada sirven las disculpas tras el piciazo. Lo de rectificar es de sabios ya es una desfachatez que saben publicitar quienes no paran de meter la pata. Si un cargo público rebuzna y suelta una coz, y es muy libre de hacerlo, que apechugue si lo llaman borrico. Aunque lo voten.

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