Crónica levantisca

juan Manuel / marqués Perales

Manolitos

CADA año, cuando como en estos días llegaba la feria de El Puerto, el Papa se ponía ciego; no, no era el de Roma, sino el de El Palmar de Troya, el intransigente Clemente hacía su particular vía crucis por la Ribera del Marisco dando buena cuenta de que la carne es débil y no siempre de cintura para abajo. Contaba un obispo que hubo en Córdoba que la gula, como la lujuria, es un asunto de grado, sólo cuando acarrea desmayo llega a la categoría de pecado. Clemente murió y le sucedieron otros, hasta que el papa Gregorio XVIII, que ha dejado el pontificado por amor, se ha fugado a Monachil para vivir con una separada madre de dos hijos. Gregorio ha perdido la fe, aunque se ha llevado el papamóvil, un BMW valorado en 70.000 euros. Algunos crédulos confiaron en estos carmelitas de la Santa Faz, a pesar de que la justicia popular siempre los tuvo por unos impostores, como tan bien lo cantó Carlos Cano: "Clemente, no te quedes con la gente...". Hay impostores que huelen, caminan, ríen y se perfuman como impostores, de tal modo que su culpa también se debe a la estulticia o a la mala fe del engañado.

España ha tenido hasta impostores de ida y vuelta, con su spin off, como Ruiz-Mateos y Mario Conde. En la segunda ya olían. A Manuel Rodríguez de Castro, conocido como Manolito el de la Zona Franca, lo detuvieron ayer en México, donde vivía huido para no cumplir la pena de ocho años de cárcel que dictó la Audiencia de Cádiz por el caso Rilco. Rodríguez de Castro llegó a la Zona Franca gaditana de la mano de Rodrigo Rato, era un estupendo economista sin título, un arquitecto sin planos, un nota trajeado que encandiló a Teófila Martínez y un viajero incansable. Le gustaba mucho Panamá, donde solía residir cuando creó Rilco, un portal comercial casi público, una trola puntocom, que pronto fue desenmascarada por la implacable güasa gaditana que no soportaba a ese señor de tirantes, gomina, acento fino, ligueros y barbero de a diario en el despacho que daba palmadas por los restaurantes: "Champán, por favor". "Si yo fuera Rilco..." se cantaba por las calles de Cádiz mientras Manolito seguía engañando a quienes querían dejarse engañar.

De él se oyeron todo tipo de leyendas, que era un enfermo terminal, que se moría, que se fue a Panamá con otra familia, que vendía vídeos a los países del Este. Nada, Manolito vivía escondido en México, y ahora pasará una temporadita en El Puerto, pero no en la Ribera del Marisco, sino entre bloques de hormigón.

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