Supongo que tendrán noticia del homenaje que recibió el señor Ortega, fundador de Inditex, con motivo de su ochenta cumpleaños. Lo que no sé es, si además, han seguido el enfrentamiento en redes sociales entre las combativas turbas de admiradores, aduladores y capitalistas y el tropel de detractores, odiadores y anticapitalistas que conforman el aguerrido bando contrario. La conclusión inicial que obtuve tras leer cientos de comentarios -la mayoría de los cuales eran de una aterradora calidad literaria- es simple: si todos los que están hablando de Amancio Ortega en twitter dedicaran ese tiempo a crear riqueza seríamos la primera potencia mundial por los siglos de los siglos.

Pero volviendo a la lectura de elogios y exabruptos, llego a la conclusión de que si hay algo que nos caracteriza como pueblo es el sentido de pertenencia acrítica y furibunda a una determinada bandería. Aquí somos así, desde las comedias de capa y espada del Siglo de Oro. Para unos, el señor Ortega es el deus ex machina que salvará al mundo; los contrarios, parafrasean una de las maravillosas boutades de Balzac y aseguran que tras su inmensa fortuna es seguro que se esconde algún origen delictivo. Y sin embargo, encontré muy pocas argumentaciones sólidas, análisis críticos o comentarios racionales. Una trayectoria de medio siglo no se puede liquidar con una frase lapidaria. La realidad del imperio Inditex es tan evidente como que su larga historia estará llena de luces y sombras; éxitos y fracasos; genialidades y patochadas; aciertos y errores y sobre todo, aptitud para aprender y reinvención continua. Al fin y al cabo, el éxito, como lo definió Winston Churchill, no es más que la capacidad de ir de un fracaso a otro sin perder el entusiasmo.

La realidad, aunque sorprenda a aduladores y detractores, es que el señor Ortega no es un filántropo. Es un empresario que desea obtener la máxima rentabilidad de su inversión buscando un difícil equilibrio, siempre inestable, con todos los agentes del mercado: trabajadores, clientes, proveedores, accionistas, bancos y administraciones públicas. Algo que parece haber conseguido.

Distinto es que en el país del capitalismo áulico, donde los negocios se hacen gracias a la cercanía del poder, el caso de Inditex, creada en un lejano rincón de la periferia más rural de España del que nunca se movió siga pareciendo una rareza. Aunque afortunadamente, no sea la única.

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