Editorial

Lecciones del 'gilismo' después de 25 años

POR qué Marbella votó a Jesús Gil? Los expertos, un cuarto de siglo después, aún buscan algunas respuestas a esta pregunta. Más allá de la seducción de un personaje mediático que prometía a los vecinos, hastiados de los últimos gobiernos municipales del PSOE, trabajo, vivienda, limpieza y seguridad. Pero lo cierto es que el fenómeno GIL (Grupo Independiente Liberal) alcanzó el poder en esta capital turística de la Costa del Sol un 26 de mayo de 1991 y logró revalidar los mandatos hasta 2003. Para aquel entonces ya se conocían sus desmanes y el comportamiento antidemocrático que exhibía el también en ese periodo presidente del Atlético de Madrid. Su poder, en 1999, entre los aplausos de unos y la indiferencia de otros, llegó a extenderse a municipios de la provincia de Cádiz, como San Roque y La Línea, y cruzó las orillas del Estrecho para asentarse en Ceuta y Melilla. Sólo en ese contexto geopolítico y tras anunciarse en 2000 una candidatura a las elecciones generales, el Estado fue capaz de reaccionar con contundencia. La guinda, en 2006, llegó de la mano de un juez con la llamada operación Malaya contra la corrupción urbanística, que desembocó en la primera disolución de un ayuntamiento democrático en España y en el nombramiento de una gestora. Pero otros sumarios judiciales permitieron desvelar el saqueo sistemático que sufrió Marbella con anterioridad. Jesús Gil utilizó el entramado de 31 sociedades municipales para malversar entre 1991 y 1999 un montante de casi 60 millones de euros del Consistorio. La red clientelar que forjó durante ese tiempo para asegurarse un importante respaldo en las urnas, prácticamente se mantiene intacta. Los gobiernos posteriores renunciaron a deshacerla, también por la misma razón electoral. Las miles de viviendas ilegales, construidas al amparo de un plan general que la Junta suspendió en 1998, siguen en pie. El Supremo incluso tumbó un fallido intento posterior de blanquearlas. A la hora de juzgar aquella época, todos los analistas coinciden en señalar que hubiera sido más difícil sin la connivencia de diversos sectores, desde medios de comunicación a notarios e incluso miembros de la magistratura. Pero tampoco se puede exculpar a los casi 90.000 votantes que se entregaron al apogeo del llamado gilismo. Ahora que la política vive inmersa en una profunda crisis de credibilidad, lo que ha facilitado en España y en Europa la emergencia de grupos claramente populistas, es bueno recordar ese 25 aniversario de ayer de un fenómeno que no puede volver a repetirse.

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