SOY de los que piensan que las claves para interpretar lo que ha de ser nuestro futuro se encuentran casi siempre en el pasado; en el remoto a grandes rasgos y en el próximo con mucha más precisión. Por eso, afirmar como se afirma que la Historia se repite, no sólo no es descabellado sino que es muy aproximado.

Les digo esto porque algunos quieren que la campaña electoral se juegue en alguna medida en el campo de los recortes; un campo en el que nos encontramos con varios equipos: el de los recortes en el gasto de las administraciones, el de los recortes en nuestros gastos particulares, y el de los recortes en nuestros ingresos por una doble vía, la de los menores salarios y la de los mayores impuestos.

En todos ellos, la clave la tiene el crecimiento económico y, por ende, las políticas que lo impulsan. Pensar que el crecimiento nos viene dado de bóbilis bóbilis, con independencia de lo que hagamos o dejemos de hacer, además de pueril, es totalmente falso. Si no lo fuera, tendríamos que afirmar que da igual quien nos gobierne puesto que el resultado sería el mismo; que da igual el rigor, el trabajo y el esfuerzo porque al final todo pasa porque sí.

Pues bien, desechada esta explicación -que utilizan interesadamente algunos- por absurda, habrá que convenir en que lo que votaremos el 26 de junio son principalmente unas políticas económicas que producirán como resultado más crecimiento, menos crecimiento o incluso recesión.

Porque la experiencia demuestra que los recortes, todos, son hijos directos de estas últimas. Cuando la economía no crece, se pierde empleo, bajan los salarios y la gente no gasta. Por eso el Estado recauda menos y no tiene fondos para pagar los servicios públicos que todos utilizamos, de ahí que, para mantenerlos, haya que restringir su ámbito, utilizando como mecanismo para ello los recortes en su financiación y en su ámbito de actuación.

Lo mismo cabría decir de los recortes privados. Si la economía no crece, las empresas venden menos, ganan menos y ajustan plantilla por la vía de la reducción de personal o de la disminución de los salarios. Además, como el Estado recauda menos porque tiene menos chicha de donde sacar, busca el dinero debajo de las piedras, y para ello nos sube los impuestos a fin de lograr una mayor recaudación que permita, al menos, mantener los servicios en funcionamiento.

Todo esto sucedió con la crisis que comenzó en el año 2007. Y sucedió con un Gobierno socialista y con uno popular. La diferencia entre uno y otro, sin embargo, es clara. Zapatero llevaba gobernando cuatro años cuando la crisis se le vino encima. No sólo no supo preverla, sino que negó sistemáticamente su existencia a pesar de las muchas advertencias. Con esos mimbres, le fue imposible combatirla. Rajoy, sin embargo, llegó con la crisis puesta, tomó medidas dolorosas para superarla y consiguió dejarla atrás, con las lógicas secuelas que tardarán años en pasar. Hoy tenemos un crecimiento robusto que podría durar años si no revertimos las medidas adoptadas.

Pedro Sánchez, sobreactuando como en él es habitual, acaba de acusar a Rajoy de mentir a los españoles al ocultarles que va a hacer recortes y a subir impuestos tras las elecciones, y ello porque el presidente le ha dicho a Juncker que en la segunda mitad del año se adoptarán medidas, si fueran necesarias, para cumplir con el déficit.

Con ello, también como siempre, Pedro Sánchez le ha puesto el balón a bote pronto a Rajoy para que éste lo reviente, porque cualquiera de los cuatro aspirantes a la Presidencia, si quieren que España permanezca en el euro, tendrán que cumplir con el Pacto de Estabilidad, lo que implica alcanzar el déficit cero en un periodo de tiempo razonable. La manera de hacerlo es lo que marca la diferencia entre unos y otros. Con un robusto crecimiento económico como el que tenemos, alcanzaremos el equilibrio fiscal sin sacrificios, con el incremento de la recaudación que llevará consigo la mejora económica y con orden y rigor en el gasto. Con un crecimiento anémico o con recesión, y con el desorden en el gasto que caracteriza al social-comunismo, el equilibrio precario, que de igual modo nos exigirán, sólo se podrá conseguir con recortes serios, profundos y variados como los que vivimos no hace muchos años.

Conviene por eso recordar que en el año 2015 se redujo el déficit público en 8.000 millones sin recortes, simplemente por la mayor recaudación consecuencia del crecimiento. Ahora nos piden otros 8.000 en dos años, 4.000 cada año. Le conviene mucho a Sánchez no tratar a sus electores como a niños si no quiere verse en una cruda tesitura el 27 de junio.

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