Quosque tamdem

luis Chacón

El nivel del debate

HARÁ treinta años, la tele nos aburría con infumables culebrones sudamericanos. Alguno de sus protagonistas recaló en España creando un leve revuelo entre sus seguidores y dejándonos inefables perlas como la de aquel galán de guardarropía que sin el menor asomo de vergüenza, le soltó al anonadado entrevistador: yo, como Laurence Olivier, también he interpretado a Shakespeare.

Los que recordamos La Clave de José Luis Balbín, sufrimos igual sensación de estupor cada vez que sentados ante el televisor, esperamos asistir a un debate político de cierta altura y nos encontramos con hordas de opinadores que como el histrión de la anécdota, confunden las tablas de The Globe con un tenderete de feria y convierten lo que debería ser una respetuosa disputa de ideas en una riña tabernaria; un guirigay de gritos, acusaciones, medias verdades, propaganda política de la más baja estofa y argumentos ad hominen exentos de cualquier razonamiento. Así, el debate se esfuma, se enconan las posturas y la política se convierte en un mero alarde en el que el más vocinglero y violento se arroga el triunfo. Porque esas maneras, aunque haya quien se empeñe en calificarlas de vehementes, resultan, para cualquier observador objetivo, puro y zafio matonismo político.

Todo ello es consecuencia de una visión barriobajera del debate que lo transmuta en atracción de barraca. Raro es quien no se presenta como un experto en cualquier materia sólo porque unos minutos antes haya recurrido a una socorrida búsqueda en internet. Pero toda esta miseria intelectual es también fruto de la mediocridad de lo que se ha dado en llamar clase política. Los partidos, que han reclutado a sus propias escuadras de camorristas mediáticos, están dirigidos en casi todos sus niveles de decisión por figuras mediocres sin pasado profesional alguno fuera de la política. Cada candidato que aparece en escena le debe el puesto a alguien. Y cada líder territorial necesita, para su propia supervivencia, una red clientelar que le sostiene políticamente y a la que protege económicamente. Si lo analizan con cierta distancia, el número de cargos públicos que, en palabras de otros tiempos, son gentes sin oficio ni beneficio, roza lo obsceno. Si viviéramos en Jauja todo esto sólo sería un incómodo contratiempo pero estamos en España, llevamos cinco años con un paro superior al 20%, nuestra deuda pública supera al PIB y vamos a repetir elecciones.

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