Mirada alrededor

juan José Ruiz Molinero

Los buenos, los malos y los tontos

LOS que se decidan mañana acudir a las urnas para ¡elegir¡ nuevo Gobierno lo tienen crudo, si piensan que, aparte de satisfacer su natural preferencia por cualquiera de los candidatos que le sea más simpático o digno de su confianza (¡¡¡¡¡¡¡), esperen que su esfuerzo de elegir entre acudir a las urnas o irse a las playas va a servir para algo. Como decía la pasada semana, la política se ha convertido en España en un cachondeo. Reconocen los propios protagonistas que aspiran a formar gobierno, salvo que cada uno obtenga la mayoría absoluta, que habrá que pactar. Pero no lo tienen claro -o por lo menos no lo dicen- con quién y, sobre todo, para qué. Han tenido medio año -desde el 20-D- para hacerlo y han mostrado su inutilidad para lograr siquiera un mínimo consenso de gobernabilidad. El horrible teatrillo ha cansado a todos y, supongo que, mañana, muchos dirán 'Con mi voto, no'. No, no y no para continuar con el mismo espectáculo, con el mercadillo ambulante de votos, con líneas rojas por doquier, con odios resucitados de la más vieja y hedionda herencia política de un país en el cuando hay más de uno hablando es imposible lograr un acuerdo. Por eso se han preferido los ataques personales que las promesas de programas que no van a cumplirse, como ha ocurrido en los dos últimos Gobiernos que hemos tenido, los 'socialdemócratas' de Zapatero y el 'derecha-liberal' de Rajoy.

Pero si, por un milagro, deciden los jefes sentarse en una mesa, las opciones -como bien dice Pablo Iglesias- se limitan a dos: o apoyar, por activa o pasiva, al actual equipo de Gobierno, que tanta erosión ha causado a buena parte de la sociedad española, o apostar por él, joven polemista, socialdemócrata converso, según proclama, para erigirlo en el jefe de un hipotético régimen a la venezolana o a la griega. La tercera opción es volver a repetir elecciones, quizá la peor de todas las posibilidades. Lo normal en toda democracia es que haya gobiernos de derechas o izquierdas, con matices e incrustaciones de centro-derecha y centro-izquierda, incluso de extremos, como está ocurriendo ya en la vieja Europa, pero lo que parece aberrante es que un país se pase la vida votando y, lo que es peor, escuchando tantas tonterías, descalificaciones y mentiras, como si los ciudadanos fuésemos tontos de remate, cosa en la que, en general, no están muy descaminados los líderes políticos, porque todos procedemos del mismo granero y conocemos nuestros puntos flacos.

Rajoy pide el voto para que "no ganen los malos" y los otros lo solicitan para que no sigan en el poder los malos del otro lado. Así que el dilema entre buenos y malos tendremos que decidirlo los tontos que somos los que vamos a votar. ¡Menuda papeleta!

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