LOLA duerme ahora. Está envuelta por una cálida manta con aroma familiar que la debe llevar a un confort que añora desde que se siente perdida. En sus sueños misteriosos ojalá esté el vacío más profundo que la lleve al descanso mental que aporta tanto el hecho de cerrar los ojos como los oídos, para no percatarse de la nueva realidad que vive. Ella sabe que mañana volverá a despertar en el nuevo mundo en el que, sin saber por qué, tendrá que luchar por aceptar que las calles por las que pasea son distintas; que los bocinazos de los coches le resultan más estresantes que los de la ciudad donde nació. Durante los garbeos por los bulevares de Madrid, donde ella se pavoneaba como canta Luis Miguel la letra escrita por Rubén Fuentes Gassón en La Bikina, Lola paseaba, altanera, preciosa y caprichosa. Entonces, cuanto más segura se sentía de sí misma, era una preciosidad y su belleza resplandecía a través del brillo de su pelo castaño con mechas color cobrizo y armiñado. Iba dando coletazos contoneando el pompi por la calle conquistando a señoras y caballeros, a jóvenes y pequeños. También temibles perros que embelesados se paralizaban a su paso para admirarla. Ella, que es una descarada innata, se les echaba al hocico hasta que decidía haberles otorgado demasiada atención. Iba rompiendo corazones humanos y caninos por el bulevar. Estos días, Lola pasea alocada, desaliñada, por un ñampeado callejero de un país desconocido que la aturde tanto que no ha tenido la inercia de levantar el rabo, batirlo, para demostrar un solo contento. Por primera vez, desde que nació casi en el regazo de su madre, quien hoy la cobija, ha cambiado de ciudad, de casa, sonidos, flores, olores. Dicen que, anocheciendo, se la ha visto tarascar un hueso de pollo desamparado en la calle, huérfana de su querido pienso. A quienes amablemente la saludan, le es indiferente. Su radar sigue avenido bajo las patas traseras. Desinteresada en presumir, su prioridad es sobrevivir. Lola, por la nobleza de ser una perrita, que como el burrito Platero es pequeña, peluda, suave, tan blanda por fuera, que se diría de algodón, que no lleva huesos, no sabe que un día amanecerá y la llamaré ¿Lola? Vendrá a mi con un trotecillo alegre, volviendo a ser esa Bikina, altanera, preciosa y orgullosa, en esta nueva ciudad que se quedará paralizada ante ella mientras Lola la olisquea despegada hasta que decida haberle otorgado suficiente atención, resolviendo a su antojo, el tiempo de la despedida.

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