La tribuna

jAVIER GONZÁLEZ-cOTTA

La hora marchita de Atatürk

EN 1926, a los tres años de la fundación de la República de Turquía por Mustafa Kemal Atatürk, comenzó a hacerse visible en calles y plazas el llamado kemalismo. Esto es, el culto a la persona del nuevo timonel de la patria. Un escultor austriaco llamado Heinrich Krippel y otro italiano, Pietro Canonica, viajaron en aquel año a la nueva Turquía republicana con la intención de levantar estatuas en honor al seductor caudillo de ojos claros. La primera de ellas se erigió en lo que hoy es la plaza Ulus de Ankara. ¿Estatuas y mezquitas? A todo turco común, de fe musulmana, toda aquella estatuaria debió causarle como un vahído. Durante el Imperio otomano estuvo prohibido en público toda representación de la figura humana, lo que incluía las artes plásticas.

En realidad, desde 1924 Kemal ya había comenzado su alucinante ciclón de reformas políticas y culturales encaminado a occidentalizar Turquía. La remoción del pasado otomano llegó a ser maniática incluso. A todo este espíritu reformador se lo conoció como Atatürkçülük (Ataturkismo). Se basó en las famosas Seis Flechas (Alti Ok) del nuevo día turco: republicanismo, secularismo, nacionalismo, populismo, estatalismo y revolucionarismo. Por supuesto la piedad religiosa, ingénita en los turcos, continuó practicándose. Pero el kemalismo creó un islam a la turca. No todo resultó gris o prosaico. Hasta hubo tiempo para estupendas frivolidades. En 1929 se celebró el primer certamen de Miss Turquía. Un hecho histórico quizá comparable al de la conquista de Bizancio en 1453 por el sultán Mehmet.

En 1934 Mustafa Kemal se convirtió en Atatürk (padre de los turcos). Durante la IGM su aura militar había descollado con la gran victoria otomana en Galípoli (1915-1916). Tras el armisticio, entre 1919 y 1922, el Ejército rebelde de Kemal consiguió vencer a todas las potencias ocupantes (en especial arrambló contra el Ejército griego, que había ocupado Anatolia, dando lugar a batallas de una sangría atroz). Kemal se convirtió en faro del renacido orgullo turco. En su rostro se reflejaban todos los rostros del mañana. De ahí la idolatría, el incipiente culto a su persona. Este detalle es visible aún hoy en miles y miles de retratos y estatuas que llenan todas y cada una de las ciudades turcas. Pero es a esto a lo que vamos ahora. El culto a la persona parece estar cambiando.

Tres meses después del fallido golpe de Estado en Turquía, lo que visiblemente se aprecia ahora en el país es como una nueva e incoherente idolatría. El presidente Erdogan está consolidándose como el nuevo espejo de la nación (salvo para sus muchísimos detractores). En agosto dos millones de personas arroparon al presidente en la explanada de Yenikapi en Estambul. La convocatoria se había realizado "por la democracia y por los mártires" (las casi 300 personas que murieron en la asonada del 15 de julio). Cuentan las crónicas que en el escenario principal había dispuestos dos retratos entre la bella -todo hay que decirlo- bandera turca. Uno de Atatürk. El otro, más grande, de Erdogan. El tamaño sí que importa. De hecho es el reflejo político de una nueva conciencia estética y patriótica (para horror, repetimos, de sus oponentes). La organización había pedido a la mara que sólo llevaran banderas turcas, puesto que en el mitin iban a participar los partidos de la oposición. Pero la gran mayoría mostró camisetas y banderas con la cara estampada de Erdogan.

Victoria tras victoria electoral, de 2003 hasta 2014 Erdogan ha ejercido como primer ministro. Ahora actúa como presidente fisgón de la República. Sus miras políticas parecen estar puestas en 2023, aniversario de la República fundada por Atatürk, el ahora espejo marchito de la nación. Los marbetes que hoy definen a Ergogan son ya conocidos entre los europeos de lectura apresurada: autoritario y proislamista. En su libro El levantamiento de Turquía Soner Çagaptay explica el éxito del erdoganismo y de su tentacular partido, el AKP, en todos estos años. Erdogan ha aglutinado a la gran Turquía religiosa suní, la Turquía de los márgenes y la de las clases medias provincianas que durante décadas estuvieron excluidas por las élites seculares. Cual ojo de cíclope, el Ejército actuó como cerrojo del kemalismo ortodoxo (ahora ya no del todo). No es de extrañar que ahora un turco febril diga que Erdogan -y no Atatürk- es el mejor líder que los turcos han tenido desde ¡Mehmet el Conquistador! Esto ha ocurrido.

Parece ser que en la nueva Constitución sobre la que trabaja una comisión parlamentaria se está debatiendo si el texto debe incluir una alusión a Dios y al carácter musulmán de Turquía. Si esto fuera así y si Erdogan prolonga su hora hasta 2023, quizá lo que tengamos que admirar para entonces en banderas estampadas sea el nuevo híbrido, el rostro de otro nuevo mañana. Quiere decirse un rostro dúplice, el de Atatürk, aquel héroe militar de Galípoli y de la Guerra de Liberación, y el de Erdogan, el héroe de la Turquía arrinconada que de un tiempo a esta parte despertó para siempre. Sería un espanto. Probablemente sí. O quizá no tanto. En Turquía la dualidad parece ser una condena.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios